“Hoy somos,
relativamente, un partido pequeño (…); pero debemos considerar nuestra actual
organización, dadas las condiciones en las cuales vive y se desarrolla, como el
destinado a organizar un gran partido de masas. (…) Nuestra tarea consiste en
mejorar nuestros cuadros, en hacerlos aptos para hacer frente a las próximas
luchas.”
Antonio Gramsci, abril
15 de 1924.
Andrés
Figueroa Cornejo
1.
Que Argentina dentro del capitalismo mundial es un eslabón más en la división
internacional del trabajo impuesta por los Estados corporativos tutelares. Es
decir, al igual que los demás países de América Latina y el Caribe, África y
parte de Asia, la inmensa mayoría del pueblo argentino sufre el predominio del
momento financiero del capital, la intensificación y precarización del trabajo
asalariado, la dependencia agroextractivista, el avance de la megaminería
depredadora, el despojo, el castigo a los pueblos indígenas que persiguen su
autodeterminación, el patriarcado, democracias bonsái, sin participación,
acotadas, antipopulares. Lo anterior funciona como un todo sistémico que oprime desde el pequeño empresario
esclavizado por la demanda de los gigantes del capital hasta el mendigo que
duerme y muere en la calle.
2.
Que los gobiernos de turno en Argentina, dada la hegemonía imperialista y su
expresión en un Estado de contenido burgués –esto es, al servicio de los que
mandan-, son meras administradoras o concesionarias en disputa para ofrecer más
o menos gobernabilidad al capital. En concreto, la actual fase del modo de
explotación capitalista y su movimiento
está signado por el ultra liberalismo apenas contencioso de las franjas ‘más
riesgosas’ de las clases subalternas.
3.
Que en Argentina es un mito promovido por la dominación que los trabajadores y
el pueblo cuentan con dispositivos, como la educación formal y alienante, para la
‘movilidad social’; que ‘son peronistas’ inexorablemente y para siempre; que un
proceso de sustitución de importaciones fundado en la industria productiva está
en curso. Que el desarrollismo, como se entendía hace casi un siglo, hoy es
repetible.
4.
Que Argentina ya manifiesta los efectos empobrecedores de la crisis capitalista
mundial a través del decrecimiento y la inflación, el desempleo y el trabajo
informal, la delincuencia y la especulación en todos los ámbitos y relaciones
sociales. El deterioro es ralentizado por el contingente alto precio de la soja
fijado en las bolsas de los núcleos hegemónicos de los Estados corporativos
imperialistas.
5.
Que según datos oficiales, sólo existen un millón doscientos mil obreros ‘en
blanco’ o con contrato, y casi dos millones de niños trabajadores. De los 17
millones de trabajadores, 6 millones son funcionarios estatales (un gran
fragmento subempleado y tercerizado) y todos los demás venden algo para
sobrevivir (mercancía revendida o servicios). Las mujeres obtienen por su
trabajo un tercio menos que los hombres; los jóvenes y migrantes, menos que el
salario mínimo.
6.
Que el programa general de ajustes estructurales iniciado en los 90’ (en Chile
se impuso bajo la tiranía, 15 años antes) no se ha detenido, salvo en la retórica
o los relatos de interés. Que a las privatizaciones le llaman ‘concesiones’;
que los ahorros de la sociedad –o fracción de la riqueza socialmente producida-
condensados en la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES) es
usado para subvencionar al capital y pagar la deuda externa, creando así, una
nueva deuda interna; y que el Banco Central y el Banco Nación sirven a lo
mismo, además de producir dinero basado en venta de bonos sin respaldo real. Es
decir, produciendo inflación, desigualdades superiores y creando las
condiciones para un eventual ciclo explícito de lucha de clases, ya no sólo
intercapitalista.
7.
Que el sindicalismo tradicional argentino –anticuado, burocratizado, antidemocrático,
mafioso, economicista, aliado del capital, a veces criminal y exclusivo para los trabajadores formales- ya no da cuenta de las actuales formas de la
organización del trabajo. Al respecto, la multiplicación de las comisiones
internas, sin más condición que laborar en un lugar específico, no importando
su situación contractual, eligiendo rotativa y directamente a sus mejores
representantes, y su pronta centralización, son parte de la construcción de la
alternativa política estratégica de los intereses históricos de las grandes
mayorías.
8.
Que las agrupaciones políticas, laborales, sociales, territoriales, ambientalistas
consecuentes, indígenas y cristianas de base, minorías sexuales, feministas por
la emancipación no capitalista, con vocación de poder y convicción de mayorías,
deben dar una vuelta de tuerca que rompa las lógicas corporativas y
compartimentadas de su quehacer, propugne la unidad más amplia del pueblo que
lucha y que su voluntad apunte a la creación del instrumento político de los
más, de todos los que sufren el capitalismo. Sólo la rebeldía organizada es
revolucionaria.
9.
Que de la mano con la acción y la resistencia contra el poder, cada átomo
asociado del pueblo autoconsciente se aplique a la formación política echando
mano a todo aquel pensamiento subversivo históricamente acaudalado por los
humillados y ofendidos del mundo. La ausencia de producción política, de análisis
concreto de la realidad concreta y las relaciones de fuerzas a toda escala para
la adecuación de las tácticas más convenientes al servicio de los intereses autónomos
de las clases plebeyas, provocan un comportamiento tareísta, de manual inútil, fundamentalista,
poco flexible, sin sintonía popular y ciego. Si bien la unidad será resultado
del propio desarrollo de la lucha de clases, aquí y ahora deben propugnarse los
gérmenes asociativos, tanto en la lucha como en el horizonte político, para no
llegar tarde a las oportunidades y las crisis. En síntesis, en las
organizaciones que aspiran a compartir la conducción popular cuando se agudice
la lucha social, tiene que preexistir como voluntad unitaria concreta. No sobra
nadie. En rigor, faltan. Las agrupaciones
no capitalistas entonces se hunden en el pueblo profundo, en los lugares de
trabajo, en los movimientos liberadores de la mujer, el combate contra la
megaminería, la autodeterminación de los indígenas, los más empobrecidos. No sólo
para distribuir volantes o reclutar militantes, sino para que la herramienta política
emancipadora surja, ya no ‘desde afuera’, sino desde, con, junto al movimiento
real de los trabajadores y el pueblo. La arquitectura compleja del poder
popular -independiente del Estado, el sistema de partidos políticos sistémico y
las clases dominantes- es sobre todo el derrotero determinado por el reloj del
pueblo y su pugna contra la hegemonía multidimensional de una minoría. La fuerza
social revolucionaria nunca es parto de un aparato. El quehacer y la formación
política de los militantes que acarician la necesidad histórica objetiva de un
orden nuevo son condición sin la cual se aleja la igualdad, plataforma social y
existencial de la libertad.
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