1.
El uso de una, de otra o de combinadas formas de lucha bajo la dictadura del capital
y sus relaciones de clase y de poder, durante toda su historia, está
determinado por la lucha de clases. Independientemente de los deseos o ideología de un sujeto individual, de un grupo de interés, o de una clase
social en particular, sea parte de la hegemonía o de los hegemonizados.
2.
La totalidad de un modo de producción y reproducción de la vida consiste en el
conjunto de las relaciones sociales que caracterizan una manera histórica de
existencia, de asociación, de continuidad y ruptura entre humanidad y
naturaleza, en un momento dado. Esas relaciones sociales se desenvuelven a
través del conflicto. Allí concursan variables multidimensionales, de las
cuales unas son más relevantes que otras. No es lo mismo una guerra mundial que
la formación de un sindicato. No es lo mismo el cambio climático que la quiebra
de un banco en la India. Sin embargo, en cada uno de esos fenómenos se
manifiesta el movimiento contradictorio e irreductible de la lucha de clases.
3.
Entonces, la totalidad es un movimiento
dialéctico que en la actualidad se resume como la fase de un capitalismo mundializado
y maduro, donde predomina el imperialismo financiero y especulativo, la deuda, el
despojo, la explotación intensificada del trabajo humano. La contradicción
entre el desarrollo de las fuerzas productivas y sus relaciones sociales, o
entre la apropiación privada del excedente que sólo produce socialmente el
trabajo humano, es clara para quien quiera ver. Únicamente a la conciencia y conducción de la minoría
gran propietaria le cabe oscurecer, a través de
mediaciones alienantes, la cualidad
histórica y finita del modo de producción capitalista y fomentar la falsa
naturalidad de la sociedad de clases.
Esa conciencia de los que mandan y dominan provisionalmente se vale no sólo de
los altos mandos militares y la propiedad de la industria armamentista. Para
producir el consenso ampliado de sus intereses y, en consecuencia, un tipo de
gobernabilidad inestable, debe controlar y controla los contenidos y maneras de
los medios de comunicación de masas, la producción de un sentido común
determinista y fatal, y el disciplinamiento operativo en los ámbitos del
consumo, educativos, laborales, recreativos y represivos. Asimismo, cuenta con
la complicidad de la alta oficialidad religiosa y con la industria de
intelectuales orgánicos que, tanto institucional como informalmente, fabrica los
relatos mistificados para fortalecer el presente orden de las cosas y su
normalización.
Ese
oscurecimiento está destinado a la sociedad en general, incluida la minoría
dominante, y para los dominados en particular.
Los
pocos gozan de las granjerías que les posibilitan
la mala vida y el permiso de los
muchos. Sus políticas tanto de fondo
como de utilería teatral son la dictadura del capital y la democracia representativa,
aparente y funcional.
Sin
embargo, la cuestión no es ‘dar vuelta la tortilla’ por un puro asunto de
justicia social milenaria. Ahora mismo las clases explotadas y expoliadas, las
grandes mayorías, contienen en su desenvolvimiento conflictivo las potencias
objetivas para superar la sociedad de
clases. Esto es, pueden conciente e históricamente precipitar su disolución
como humanidad subordinada, cuando enfrenten el término del modo de producción
capitalista.
4.
Para transformar la vida y demoler el viejo orden es imprescindible la
comprensión conciente de la realidad concreta y contradictoria del capitalismo
y su presente fase por parte de las formaciones políticas revolucionarias –es
decir, de aquellos conjuntos de personas anticapitalistas y armadas poli-éticamente
de vocación de poder- capaces de formular no sólo un proyecto de sociedad nueva
desde y entre los de abajo (y cuyas pistas están en las propias fracturas
tecnónicas y sin remedio de la sociedad actual), sino también una estrategia y las
tácticas adecuadas según el movimiento real del capitalismo y a la parte que en
él le toca a la mayoría malviviente. Si bien las formas determinantes de la emancipación son
todavía nacionales o regionales, su contenido, hoy más que ayer, permanece
condicionado por las relaciones de fuerzas internacionales. El sistema mundo
nunca fue antes tan total.
5.
La minoría dominante que ofrece contenido, sentido y horizonte al Estado de Chile
es un complejo de facciones de clase dependiente de los imperialismos
centrales, y sobre todo del norteamericano. La burguesía chilena nunca fue
revolucionaria. Siempre ha sido rentista y transnacionalizada. Su breve período
cuasi industrializador y sustitutivo de importaciones dentro del caduco paradigma
desarrollista de mediados del siglo pasado, no pasó de ser una coyuntura
presionada por la segunda guerra mundial y la existencia de la Unión Soviética.
En efecto, las políticas imperialistas de la Alianza para el Progreso
(administración Kennedy) para Chile y América Latina sólo tuvieron por objeto
aminorar las formas más explícitas de la lucha de clases y reprimir el ‘peligro
comunista’ proveniente del ejemplo de la Revolución Cubana. Sin embargo, y
premeditadamente, los conocimientos científicos y técnicos estratégicos siempre
fueron monopolizados por la burguesía imperialista. Su fin también era ‘poner
al día’ a Chile para su mejor
explotación de acuerdo a los requerimientos del capital en la división
internacional del trabajo. Esto es, para que el territorio chileno –al igual
que todo el denominado ‘tercer mundo’- funcionara como proveedor de recursos
naturales y trabajo barato para los Estados planetarios hegemónicos.
Pero
Chile no sólo es cobre, litio, celulosa, harina de pescado, unos cuantos
salmones y dos botellas de vino. Para el Estado corporativo estadounidense es
la cuna experimental y paradigma de la vanguardia ultraliberal, plataforma de
financiarización y negocios asociados para la región, y es un bien simbólico por la derrota de la
Unidad Popular en 1973 y la imposición temprana del orden monetarista del
liberalismo más rabioso.
6.
Cuando se afirma que los pueblos y los trabajadores, que el conjunto de las
fuerzas sociales que en Chile, conciente o inconcientemente, con su acción
social se enfrentan a la dictadura del capital no tienen más remedio que
emplear todas los medios y formas disponibles según la situación concreta de la
lucha de clases, es preciso diferenciar aquellas formas estratégicas de las
contingentes. Los instrumentos políticos que expresan los intereses de las
grandes mayorías, lejos del eclecticismo y la conciliación de clases, están
condenados a elaborar tácticas complementarias y flexibles, y que nunca pierdan
de vista hacerse de todo el poder. No
de una fracción, sino de todo el
poder. No existe otra condición posible para el ejercicio pleno de la
democracia radical, la superación del capitalismo y la socialización de todos
los ámbitos de la vida.
Ahora
bien, lo estratégico en materia de promoción de una mayoría crítica creciente,
práctica y teóricamente, se encuentra hoy en la acción directa de los
movimientos sociales con miras a la creación de otro momento de la lucha de clases:
el poder popular.
En
este marco, la participación del anticapitalismo en el momento electoral
organizado por la democracia burguesa, no fortalece al sistema por sí mismo, en
tanto el o los instrumentos políticos del pueblo nunca dejen de subordinarse a
la estrategia arriba descrita. Se trata de participar en un momento, y no de hipotecar,
canjear o clientelizar al movimiento social y político del pueblo por una simple
campaña electoral.
En
consecuencia, la campaña lectoral se emplea como táctica circunstancial con el
fin de amplificar los contenidos provenientes del propio pueblo en lucha en un
espacio que todavía ofrece la democracia restringida,
tutelada, burguesa, etc., en Chile por razones explicables en otro borrador. Es
imposible negar que las elecciones en el país dan tiempo y visibilidad en los
medios de comunicación masivos a quienes participan en ellas. Y quien refute el
impacto agitador, político, constructor de opinión, etc., de los grandes medios
de masas, tendrá que estudiar sus efectos sobre la realidad desde la Alemania nazi
hasta el imperialismo contemporáneo. Como botones de muestra frescos: el
objetivo imperialista (norteamericano, israelí, de parte de Europa) de hacerse
de los recursos petroleros de Medio Oriente fue capaz, mediáticamente, de
convertir la invasión a Afganistán en ‘una lucha contra el terrorismo’; la
destrucción de Libia en ‘evitar una masacre de civiles’; la ocupación de Iraq
en ‘la búsqueda de armas de destrucción masiva’; y los recientes
acontecimientos en Siria en ‘la lucha contra una tiranía que asesina pacifistas’.
Cada una de estas ‘nobles’ justificaciones ha sido probada en su falsedad por comisiones
de la ONU, organismos de DDHH y el periodismo independiente.
De
no participar crítica e instrumentalmente en la contingencia electoral de 2013,
sólo quedan tres alternativas para el anticapitalismo: lanzar una ofensiva
político-militar del pueblo revolucionario; llamar a anular el voto como
protesta antisistémica; o dejar hacer.
La
primera no resiste análisis; la segunda probará, una vez más, que anular en Chile
es ineficaz políticamente; que llamar a la abstención, oportunista; y dejar
hacer, cómodo. No participar hoy significa la pérdida de oportunidades de
acceso a la comunicación masiva desde los intereses del pueblo y a través de
medios todavía ‘veraces’ para gruesas franjas sociales y donde los medios
populares aún no llegan (más por falta de recursos y tecnología, y persecución política,
que por sus probados talentos y creatividad). Siempre considerando que el uso político
popular de la TV, la radio, los periódicos, la web de los que mandan tiene
como finalidad sustantiva potenciar al movimiento social y sus luchas. En fin.
No es un asunto moral, principista, o una conspiración para distraer políticamente
a los de abajo. Simplemente es útil.
Ante
las elecciones anteriores quien suscribe este artículo llamó a votar nulo. Pero
ahora las condiciones han variado y, además, hay por quién votar-luchando. Y no
se está aludiendo en ningún caso a Marcel Claude, sino a la candidatura de una
luchadora fogueada y con un entorno de incuestionables militantes populares. De una candidata que
desde hace mucho tiempo es dirigenta de pobres en permanente pelea contra los
dueños de todo. Una que es protagonista del movimiento social anticapitalista y
que siempre ‘ha puesto el cuerpo’. No se trata de una ‘aparecida’ para nadie. Y
que aun con procesos judiciales por luchar, hace de su campaña un todo único
con su batallar de siempre ( http://www.adital.com.br/site/noticia.asp?lang=es&cod=74509
). Su campaña electoral es una extensión de su condición humana de luchadora
social y no lo contrario.
7.
Finalmente y como contribución modesta al debate anticapitalista chileno. Una
Asamblea Constituyente para la construcción de una nueva Constitución, a la
usanza histórica de Chile, es una reunión de abogados y especialistas de las
expresiones políticas del bloque en el poder para refinar y actualizar la
arquitectura legal de dominación. Lamentablemente, no sería distinto según las
actuales relaciones de fuerzas en el Chile de hoy. De hecho, ni Salvador Allende
ni la Unidad Popular la convocaron. Y la Constitución de 1925 consagraba la
propiedad privada en todos sus niveles y salvaguardaba los intereses de la
clase dominante. Fue legalizada mediante un plebiscito donde participaron 134
mil hombres de más de 21 años que supieran leer y escribir, y el quórum no
alcanzó el 50 % de los pocos habilitados para sufragar. La población de Chile
era de 4 millones de personas.
Una
Asamblea Constituyente radicalmente democrática y una Constitución Popular es
un punto de llegada, posterior a la construcción de la hegemonía política de
los intereses históricos de los trabajadores y los pueblos. Porque las leyes
son también hijas de la lucha de clases y de las relaciones de poder, y no al
revés. Sólo cuando la dictadura militar contaba
7 años y ya imponía en los hechos la versión del capitalismo
ultraliberal de Friedrich Hayek y Milton Friedman, fabricó una Constitución.
Primero
es el poder y luego los cuerpos jurídicos que refrendan y legitiman las relaciones de fuerzas sociales realmente
existentes en una sociedad dada. Los ejemplos recientes en América Latina no
hacen más que confirmarlo.
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