1.
El Estado argentino es de contenido burgués, no popular, y columna de la
promoción y garantía de las relaciones sociales capitalistas. La actual administración del Estado tiene como objetivo cardinal
mantener la gobernabilidad conforme a los contenidos del Estado, el consenso
inestable y la hegemonía ideológica en constante disputa sobre la mayoría
social que vende su fuerza de trabajo al precio determinado dinámicamente por
la lucha de clases y la tasa de ganancia de una minoría. La burguesía argentina, al igual que
la de la inmensa mayoría de América Latina, Asia y África, es dependiente del
imperialismo financiero y corporativo asociado de las clases dominantes de
Estados Unidos, parte de la Unión Europea, Israel.
2.
La oposición tradicional al oficialismo que administra el Estado argentino, en
términos estratégicos, es funcional a los mismos intereses de clase. Los matices
podrían ofrecerse en el campo del volumen de los programas sociales
contenciosos y los porcentajes de los presupuestos destacados a los llamados
servicios sociales. El Estado que subsidia áreas del capital bajo el compromiso del
traspaso de una fracción de ese mismo subsidio a los consumidores finales, también
es concesionista formalmente, y privatista en los hechos. Más allá de la
estatización de un porcentaje de la producción petrolera en territorio
argentino. De hecho, la estatización por sí sola no determina a sus
beneficiarios. Ello corresponde a la coyuntura de la lucha de clases. Es el
resultado histórico y necesario del combate entre los pocos de arriba y los
tantos de abajo
3.
Las reyertas palaciegas entre el oficialismo y la oposición tradicional –que
constituyen el sistema de partidos políticos predominante en Argentina- son
anécdotas, incidentes, fenómenos que no arriesgan de manera estructural el
lugar en la división internacional del trabajo, el despojo y la deuda en que el
imperialismo ha situado al país históricamente.
El
dramatismo con publicidad o la publicidad dramática que enmarca la puja por acceder a
mejores sitios en la administración del
Estado sólo es la pirotecnia requerida para que la dictadura del capital
aparente ofrecer opciones políticas frente a un electorado clientelar, consumidor,
recipiente, mercado, no participativo, muchas veces distraído por las
productoras de eventos del poder y sus falsos pugilatos.
Y
sólo es así, necesariamente así, porque la fórmula imperialista para
legitimarse ante su propia contraparte sistémica y adversarios subalternos,
consiste en intentar completar su hegemonía una y otra vez, mediante la imposición
de la democracia representativa, el liberalismo económico y la denominada lucha contra el terrorismo. El
programa de la actual fase del capitalismo tiene por fin reproducirse y perpetuarse sobre sus intereses
de clase, conviviendo y resolviendo las contradicciones intercapitalistas
secundarias para destruir competencia y aumentar la concentración y apropiación
del excedente de la producción del trabajo humano. Las descompensadas relaciones de poder dominantes, la intensificación
de la explotación del trabajo asalariado, la acumulación por desposesión, la
financiarización mundial y el empobrecimiento de la inmensa mayoría planetaria son las condiciones de su propio movimiento y
recreación.
Argentina,
con sus particularidades, no escapa de los aspectos fundamentales de la
dinámica arriba mencionada.
4.
Contingentemente, como ‘modelo’ y ahora ‘proyecto’, la administración K está en
su otoño. La crisis económica mundial se montó sobre crisis anteriores no
resueltas. El discurso desarrollista, casi autárquico, industrialista y
productor de mercancías terminadas se rompió la cara contra la realidad, las
relaciones de fuerzas concretas, la mantención y profundización de las
relaciones sociales capitalistas, la ausencia de una voluntad de transformación
radical de Argentina, la consolidación
del agroextractivismo primario exportador y las cargas impositivas sobre la
mayoría para dibujar un crecimiento que el 2013 terminará a la baja combinado
con una inflación a la suba y superior al 30 % anual.
Pero
la actual administración del Estado no mintió en sus propuestas y conductas
sustantivas. Exigió un ‘capitalismo de verdad’ en foros internacionales. Sin
embargo, erró en la lectura del ‘capitalismo de verdad’, porque el imperialismo
financiero es la fase hegemónica del capitalismo realmente existente. Hace décadas
terminó la acotada fase capitalista desarrollista y de sustitución de
importaciones para países dependientes.
De hecho, más del 70 % de la fuerza de trabajo argentina se encuentra en el
sector servicios, está tercerizada –y en algunos casos, hasta esclavizada-, y
la mitad, ‘en negro’, súperexplotada y sin ninguna relación contractual ni
seguridad social. Los obreros fabriles están en extinción; la llamada ‘economía
mixta’ es un eslogan nostálgico.
La
inflación no golpearía con tan furioso garrote y empeoramiento general de la
vida a las grandes mayorías si los salarios y derechos sociales no se redujeran
sistemática y vertiginosamente. Independientemente de la corrupción,
lumpenización ampliada y otras lacras propias de las relaciones sociales
capitalistas dependientes.
Asimismo,
las políticas monetarias e improvisaciones de la presente administración
nacional, de maneras comprensiblemente desesperadas, buscan compensar una
balanza comercial castigada por la baja de exportaciones sojeras y cerealeras durante
el primer trimestre de 2013 mediante la emisión de papeles soberanos en forma
de deuda con respaldo opaco del Banco Central y de los ahorros previsionales acumulados
en la Asociación Nacional de Seguridad Social. Otras medidas evocan el ‘capitalismo
popular’ del ultraliberalismo impuesto en la dictadura chilena (y que fracasaron
estrepitosamente), como la venta individual de acciones de YPF.
La
devaluación del peso devenida del proceso inflacionario y la dolarización a cualquier costo para salvar la industria
inmobiliaria, importar energía, amortiguar la situación de riesgo país que
espanta inversiones, y hacer caja para sostener parte de los subsidios a los
servicios básicos hasta las elecciones parlamentarias de 2013, son fenómenos
concurrentes.
Con
Mauricio Macri, Gabriel Mariotto, Daniel Scioli, José De la Sota, Hugo Moyano o
el periodista Jorge Lanata en la cabeza del Ejecutivo las cosas no tendrían por
qué ser diferentes. Ellos también representan orgánicamente los mismos intereses
de clase que los K.
5.
Como totalidad, el capitalismo argentino reproduce las relaciones patriarcales
de dominación, el racismo, el verticalismo en la aplicación de la toma de
cualquier decisión de arriba hacia abajo –que sólo echa pie atrás, congela o posterga
por obra de los conatos de resistencia
popular-. No existen plebiscitos, consultas vinculantes, y la publicación del
resultado de las encuestas privadas está penada. La prensa en todos sus
formatos refleja la disputa por la administración del Estado del actual
Ejecutivo y de la oposición tradicional. Por mito, mediación, propaganda y
fetichismo, la mayoría de los grupos de interés dominantes en disputa se dicen ‘depositarios
del verdadero peronismo’.
La
lucha de los pueblos indígenas por su territorio e identidad, autodeterminación
y libertad; del ambientalismo consecuente contra los estragos de la megaminería
y la sojización; del sindicalismo de base y antiburocrático; de la vivienda; de
los migrantes que realizan los peores trabajos; de los jóvenes y las mujeres; de
la defensa de los ámbitos públicos que quedan, son duramente reprimidos e
invisibilizados. En este sentido, el sistema de partidos políticos opera coludidamente, más allá de las declaraciones oportunistas.
6.
Debido a la formación histórica del sindicalismo por arriba, los trabajadores
contratados y organizados no logran salir de la pelea economicista, corporativa,
peticionista, la negociación del reajuste, los bonos, el no cobro de impuestos
al salario, el mejoramiento de las pensiones. En Argentina, y hasta el momento,
las movilizaciones callejeras y piquetes son contra personajes particulares y
políticas antipopulares limitadas. Los trabajadores, en general, no luchan aún
por el poder y la mayoría espera un salvador o salvadora que caiga de una
cumbre. Es decir, no llegan a convertirse en sujeto histórico, en protagonistas
de su propio porvenir. Al respecto, la alienación multidimensional utilizada
por la clase dominante transnacionalizada cuenta con un éxito parcial no menor.
Asimismo, todas las semanas aparecen fugaces partidos ‘nuevos’, que no son más
que terceras banderas de uno u otro bloque dominante y concesionario de la
administración estatal.
7.
La unidad de la izquierda no es el problema principal para el triunfo de los de
abajo, aunque esa unidad, que no existe, sin duda ayudaría a la recomposición
de las fuerzas y el proyecto radicalmente democrático o francamente
revolucionario del pueblo y los trabajadores en Argentina. Hoy es infinitamente
más importante la unidad con sentido de
los de abajo. Por más difícil que resulte la destrucción (deconstrucción dirán
otros) de las mediaciones que impiden
ligar como una solo momento la igualdad y la libertad.
De
hecho, sólo la intensidad, voluntad, horizonte
y contenidos de la lucha de clases determinarán las claves, el sujeto
transformador y forjarán desde su propio seno el nuevo instrumento político
emancipador y conductor de las grandes mayorías. Ni atajos oportunistas,
funcionales e inconducentes, ni voluntarismo épico, pero ineficaz.
La
lucha social más politizada y autoconciente posible, como movimiento
contradictorio y real, de acuerdo a sus estadios, composición, independencia de
clase, fuerzas, práctica y evaluación de la situación concreta de la totalidad
capitalista, fijará las formas de lucha más convenientes para la realización de
sus intereses históricos.
Lo
anterior supone la preexistencia necesaria de incipientes polos de reagrupación
anticapitalistas cuyo objetivo primordial sea la articulación política de la
unidad popular. Es decir, los activos facilitadores orgánicos de la composición
del conjunto de grupos humanos reales que, de sólo sufrir el capitalismo, pase a construir la hegemonía de su propio
sentido común. El sentido común de sus intereses; el despliegue compuesto y
complejo de su constitución como sujeto que contiene en su movimiento la
superación del capitalismo.
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