“Para el
Estado cuando un indígena muere es un problema menos”
Félix Díaz
1.
Mientras me entero que una patota medio mató al hijo del líder indígena qom Félix
Díaz, confirmando una vez más que el poder, en la figura del gobernador de
Formosa y dirigente del partido del gobierno nacional, Guildo Insfrán, va por
la vida del vocero indígena más notable del territorio argentino, tramo y junto
la lucha originaria con la de los trabajadores más pobres que abarrotan las
comunas miseria y con los migrantes.
2.
Yo soy migrante. Hace casi dos años que vivo y trabajo en la Ciudad de Buenos
Aires, pero nací en Santiago de Chile. Allí vuelvo cuando puedo para tocar los
ojos de mi hijo y regreso a un barrio porteño. La cordillera de los Andes no
debería existir, pienso. Y también pienso que los pueblos de Chile y Argentina son como dos
hermanos vertebrados por una rugosidad mineral y que dormimos de espaldas, sin
saber mucho uno del otro.
Claro
que Argentina no era lo que yo creía ni Chile es lo que muchos creen. En ambos
territorios abunda la miseria, la desigualdad, el mando vertical, la dictadura
del capital, la confusión y la soledad. Y también existen los solidarios y la
mano abierta como estrella y los que abrazan y entienden bien. Ni acá ni allá
faltan ni sobran. No son especialmente de izquierda o derecha. Esas categorías
no dicen mucho en estos tiempos. Lo que sí dice son los intereses y derechos destruidos
de la mayoría vapuleada y expoliada. Que las cárceles están llenas de pobres,
que los pobres son sospechosos aun cuando se pruebe lo contrario, que lo
contrario y necesario ante el actual orden de las cosas es que los tantos se
hagan uno en la diferencia y conviertan la indignación en rebeldía y la rebeldía
en insubordinación organizada.
3.
Como en Santiago de Chile, en Buenos Aires tampoco cierta gente te ve. Te mira,
pero no te ve. En mí país de origen las migraciones europeas de finales del
siglo XIX y principios del XX fueron acotadas. En Argentina, cuantiosas, aunque
ya no es así hace casi 100 años. Es un mito que Argentina es la Suiza de
América Latina, como que Chile es la Inglaterra. Ambos son países dependientes
de los imperialismos corporativos del mundo. Ambos viven del precio
especulativo de la exportación de materias primas no renovables (que cae en
tanto China se contrae). La fuerza de trabajo se condensa en los servicios en un 70 % y no en la producción
racional de bienes durables y terminados, democráticamente administrada y respestuosa
de las comunidades y el ecosistema, valga la falsa división. El momento
financiero del capital ordena; y ambos, cada cual a su modo, tiene una clase
dominante nativa parasitaria y rentista, excluyente, racista, corrupta, criminal,
patriarcal, ínfima, capataz.
4.
En Argentina lo que sí crece como espuma azul es la migración de los países
fronterizos. Se habla de un millón de paraguayos y de otro millón de
bolivianos, peruanos, uruguayos. Y realizan los peores trabajos junto a los
muchos millones de empobrecidos que nacieron aquí. Argentina se está morenizando rápidamente. Eso
es un movimiento creciente, real, una variable que está modificando su rostro.
Ya ningún país latinoamericano está fuera de América Latina, salvo en la
imaginación estéril de algunos mandarines. Por más que el sentido común de la
minoría privilegiada intente blanquear la sociedad argentina, ella ahora mismo
es una mezcla, una composición amorosa de matices afrodescencientes, indígenas,
pardos, ocre como tierra mojada. El futuro es mixtura, y en la mixtura están
las pistas de la emancipación. Porque, en general, coincide la policromía cultural
con los condenados a resistir hasta volverse hegemonía, fuerza social nueva y
destacamento ampliado para refundar la vida sobre la igualdad y la libertad.
5.
Los migrantes fronterizos, los indígenas, los trabajadores ‘en negro’, los
asalariados precarizados, los jóvenes
sin porvenir –con estudios o sin ellos y siempre objeto y peonada de la
industria del narcotráfico y los ‘emprendimientos’ del crimen tercerizado-. Los
jubilados con pensiones de hambre. Las mujeres, sobre todo las mujeres. Las
torturadas cotidianamente por el patriarcado feroz en el desprecio y el golpe y
la red de trata de personas y la explotación sexual infantil.
No
son las burocracias sindicales ni la pequeña burguesía –cada vez más pequeña y
menos burguesa- las convocadas de manera objetiva a transformar las relaciones
sociales radicalmente. A pesar de ellas y con los arriba nominados, tendrá que
ser la unidad de los que sobreviven al día, endeudados o ni siquiera con
posibilidades de endeudarse, los hacinados o sin vivienda, los malcomidos,
quienes desconocen un contrato o una obra social, los que envían a sus hijos a
la escuela pública para que merienden una vez al día por lo menos; quienes
llevan corbatas plásticas ‘porque como te ven, te tratan, y son políticas de la
empresa’; los que venden cualquier cosa, desde seguros truchos hasta
calendarios de cartón. Los que sufren la locomoción colectiva y tardan horas en
llegar al lugar de trabajo; los que arriesgan su salud esperando un turno
eterno en los hospitales públicos desfinanciados. Los cristianos hambrientos de
justicia y que el paraíso también se construye en la Tierra, porque una cosa es
el estado mayor de las iglesias y otra los creyentes de abajo. Los emputecidos
con tanto mendigo y niño que canta en el subte y luego es culpógenamente aplaudido.
Todas
las razones nos atan hacia un solo domicilio. De la unidad concreta a la
resistencia, de la resistencia a la ofensiva blindada. Sin atajos, contradictoriamente,
usando todas las formas de lucha, con vocación de poder y no del ‘cómo voy ahí’
que sólo fortalece el problema. Con convicción de mayoría activa y crítica que
combate y vence el miedo por sus intereses postergados. Y que sus intereses
vueltos derechos, sentido común, consenso, eventual gobernabilidad
participativa y protagónica, sean la madera de la historia, la agonía de la
sociedad de clases, la derrota de la indiferencia y el egoísmo.
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