“…y lo he dicho en
Chile, que nosotros –que no queremos la violencia- a la contrarrevolución y a
la violencia reaccionaria responderemos utilizando primero la ley, después
utilizaremos la violencia revolucionaria.”
Salvador Allende, La
Habana, 1972
1. Cuando no ocurría nada bueno
para los pueblos de América Latina y la izquierda anticapitalista mordía el
polvo de la implosión de la Unión Soviética –a la que hacía tiempo criticaba
con dureza por motivos fundados y conocidos, aunque calladamente no esperaba ni
deseaba que desapareciera- ocurrió el Primero de enero de 1994, el Ejército
Zapatista de Liberación Nacional y la figura de Marcos. La fecha escogida para
el levantamiento en una de las zonas más abandonadas y empobrecidas de México
tenía un doble sentido: el de la oportunidad para protestar político-militarmente ante la
entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte ese mismo
día del año, y el simbolismo empático con el Primero de enero que calendariza
el triunfo de la Revolución Cubana.
La irrupción zapatista de
impronta indígena, si bien fracasó en su objetivo inmediato (gatillar la
masificación de la insubordinación popular contra el mal gobierno y el
imperialismo), definitivamente sí insufló nuevos bríos, dignificación, renovado
sentido y reposición de la lucha de los pueblos indígenas en todo el
continente. Es decir, la insurrección zapatista ofreció luz y moral de combate
al sujeto indígena mucho más allá de México. Un ejemplo que hoy, entre otras
causas históricas, también explica la resignificación social de los pueblos
preexistentes de América Latina, su radicalización y organización política
protagónica en amplios territorios.
Tuvieron que pasar 8 años
hasta el fallido golpe de Estado en Venezuela contra el gobierno y el
Presidente Hugo Chávez cometido por sus medidas pro-populares sintetizadas en
49 leyes, entre las cuales la más progresiva fue la Ley de Tierras o de reforma
agraria. La intentona golpista del empresariado embravecido por los intereses
norteamericanos, redundó en la intensificación del discurso y la acción
antiimperialista del gobierno, la nueva Doctrina Militar Bolivariana o Plan
Sucre, (http://www.edugn.mil.ve/documentaciones/pedfanb.pdf),
la creación de TeleSur el 2005, la nacionalización del petróleo en 2007 (cuyo
proyecto original era que el Estado fuera propietario del 51% y el resto
estuviera compuesto por accionistas minoritarios) y la Alianza Bolivariana para
los Pueblos de Nuestra América (ALBA) con el fin de establecer un tratado
comercial y político regional, simétrico, ético y justo, distinto a las
fábricas de la deuda de las entidades de las economías centrales hegemonizadas
por EE.UU. Junto a lo anterior se
encuentran los amplios programas sociales sanitarios, laborales, educacionales,
de vivienda, llamados Misiones y basados en una política inédita en Venezuela
de redistribución social más democrática de la renta petrolera y que incluso
beneficia a personas de otras latitudes, sobre todo en materia de salud e
independientemente de sus posiciones políticas. Asimismo, se aumentaron
sustantivamente los porcentajes del PIB destinados a inversión y derechos
sociales.
2. El socialismo es un
proceso fruto de otro proceso que consiste en crear las condiciones suficientes
y necesarias para la imposición de la hegemonía de la clase trabajadora y los
pueblos en una sociedad. En América Latina el
socialismo revolucionario ha debido superar su origen eurocéntrico para que sea
útil como arma teórico-crítica de la realidad, junto
a los oprimidos de África, Asia y Oriente Medio.
Sólo como ejemplo, sin la
comprensión y potenciación del co-protagonismo indígena y del cristianismo
insurrecto -absolutamente cruzados por la lucha de clases-, no habría devenir
emancipatorio ni su posibilidad.
Sin embargo, en
Latinoamérica se sostienen -porque sus combates existen y no han sido resueltos
objetivamente-, las contradicciones esenciales entre independencia / dependencia
de los centros del capitalismo planetario; sociedad comunista / modo de
producción capitalista en su fase liberal y de dominio articulador del momento
financiero en la totalidad de su reproducción.
En el circuito impuesto por
la división capitalista internacional del trabajo, la lucha libertaria y
liberadora bajo la dirección de los intereses de las grandes mayorías oprimidas
que pueblan las economías dependientes es, al mismo tiempo y como un solo
momento, antiimperialista y anticapitalista.
Desde su incorporación por
la fuerza al propio movimiento del capital -cuando la burguesía se volvió
hegemonía mercantil en la Europa de los siglos XV y XVI- que América Latina y
el Caribe es periferia, trabajo esclavo, trabajo semi-esclavo, trabajo
asalariado barato, saqueo histórico, botín, retaguardia y humanidad experimental,
carne de cañón y denso tráfico migrante, capital originario incesante y
expoliación sangrienta para beneficio de las economías centrales del planeta.
En Latinoamérica, como en
todos los paisajes dependientes, no existe ni ha existido una ‘burguesía
nacional, patriótica y revolucionaria’. Sólo han existido proyectos políticos
que desean e imaginan una burguesía nacional independiente de los capitalismos
mandantes. El análisis crítico y trágicamente profuso en casos señala que
cuando los intereses de los trabajadores y oprimidos organizados establecen alianzas
con las supuestas burguesías nacionales industriales, sólo triunfa el capitalismo. Las
burguesías nacionales ‘puras’ o más bien, las oligarquías latinoamericanas,
nacieron y continúan siendo rentistas: apenas una extensión formal de los
intereses del imperialismo especialmente norteamericano. Y las burguesías
nativas más ofensivas son vagón de cola en la cadena vertical que arranca en los polos capitalistas
que antes y ahora organizan el orden de las relaciones geoeconómicas,
políticas, militares y sociales. Al respecto, vale recordar que el capital no
tiene más patria que sus intereses, acumulación, concentración y ganancia. Al
igual, por tanto, que el pueblo trabajador. ¿Por qué también el pueblo trabajador
y demás clases avasalladas? Porque el capitalismo, hoy más que nunca, es
totalidad sistémica. En consecuencia, el concepto de patria es un fetiche funcional para la minoría que manda todavía, y
alienación para la inmensa mayoría aún mandada.
3. Las revoluciones
triunfantes en los países dependientes con miras a la construcción del
socialismo revolucionario no sólo han conquistado el Estado burgués para
destruirlo y reformularlo radicalmente, sino que, como antesala necesaria,
han expropiado a la burguesía y a los intereses imperialistas, política y
militarmente. No por ello los burgueses expropiados y el imperialismo se han
echado a dormir la siesta. Sus intereses y movimiento objetivo les imponen
recuperar todo el poder con superior violencia y programas liberales aun más
profundos. En las revoluciones triunfantes de los países dependientes la lucha
de clases a escala mundial se intensifica. Por eso la internacionalización de
la revolución se torna un imperativo de sobrevivencia política y económica en
el contexto mundial de la guerra social. Los tiempos de la disolución más
rápida posible del propio Estado revolucionario, hasta el más hondamente
democrático, participativo y socializado, depende de la liberación popular en
muchos territorios.
4. Venezuela no es el socialismo realizado. Es
promesa de socialismo bajo determinadas condiciones. La última arremetida
golpista iniciada el 12 de febrero de 2014 y todavía en curso no tiene ninguna
razón para cesar hasta no intentar, a cualquier costo y empleando todos los
medios, cumplir su objetivo restauracionista. Que no sea la táctica
privilegiada hoy por el imperialismo es sólo eso: táctica. Tal vez el Pentágono
preferiría ganar en las urnas, que tiene ‘mejor ver’, o provocar una situación
de ingobernabilidad que impusiera al Ejecutivo la convocatoria a un plebiscito,
como el que Salvador Allende en Chile no alcanzó a anunciar el 11 de septiembre
de 1973.
Y la burguesía y el imperialismo quieren
terminar con el gobierno de Nicolás Maduro y con el desenvolvimiento, conciencia
y armadura del pueblo organizado para hacerse, como antes, de todo el petróleo
y exterminar precautoriamente
cualquier ‘aventura’ que cuestione seriamente su dominio y se transforme en
paradigma para la región y el globo.
Ninguna revolución del
mundo, ya ni siquiera importando su contenido de clase, ha sido concretada por
la mayoría cuantitativa de una población, sino por su mayoría crítica o aquella fracción de pueblo con la autoridad,
politización y comprensión de su misión histórica suficientes como para
contener en sí misma los nudos de la emancipación humana. Liberado el esclavo,
desaparece el amo. Aunque a los esclavos domésticos les tome más tiempo traspasar el miedo a la libertad.
5. Presidente Maduro, ¿cuánto
tiempo un gobierno realmente de objetivos socialistas y revolucionarios puede
convivir con los enemigos del pueblo, es decir, con la burguesía y el
imperialismo sin que ello signifique en la práctica ofrecerles más oxígeno para
hacer y rehacer sus planes?
¿El derrotero duro para
llegar a una sociedad libre e igualitaria, sin explotados ni explotadores, debe
estar estratégicamente sujeto a las normas de la democracia burguesa cuyos
límites son precisamente la sociedad dividida en clases, los intereses del
capital y el trabajo asalariado?
¿Ante una ofensiva
reaccionaria lo más adecuado es llamar al diálogo con los que jamás han querido
dialogar, salvo cuando ello significa imponer garantías para sus intereses
antipopulares?
Presidente, ¿es posible la
paz duradera en una sociedad de clases de intereses antagónicamente
irreconciliables?
No hay comentarios:
Publicar un comentario