“Hay 10 mil veces más coincidencias entre
el cristianismo y el comunismo que entre el cristianismo y el capitalismo”
Fidel
Castro
“44. Todos los que habían creído vivían unidos;
compartían todo cuanto tenían,
45. vendían sus bienes y propiedades y repartían después el dinero entre todos según las necesidades de cada uno.”
Hechos de los Apóstoles, Capítulo 2
45. vendían sus bienes y propiedades y repartían después el dinero entre todos según las necesidades de cada uno.”
Hechos de los Apóstoles, Capítulo 2
Cuando decidiste desbaratar
el cáncer, simplemente abandonándolo para siempre y quedándote en medio de
nosotros también para siempre el 23 de septiembre que pasó en Santiago de
Chile, yo sabía que no eras allendista en lo de la Unidad Popular. Que eras una
pendeja, militante convincente de la juventud de la Democracia Cristiana, brazo
de ese partido que intenta representar junto a otras concesionarias y
emprendimientos y grupos de interés, hoy vacíos, los intereses de la embajada
norteamericana.
Pero lo importante, pese al
olvido que apesta como nuevo rico, es que tú, Patricia Roa Fenero, como
dirigenta de secundaria del Liceo Nº 4, el mismo día del golpe de Estado de
1973, al contrario de tanto joven demócrata cristiano y de la dirección hegemónica
de ese partido que brincó de dicha, brindó con champaña y aplaudió a rabiar y
con rabia anticomunista al generalato mientras La Moneda se eternizaba como lección
para los pueblos del mundo; tú, Patricia Amalia, podrida de indignación,
contraviniendo la orden del partido, te colgaste de la bandera chilena izada
para celebrar la ruina de Allende en el patio de tu colegio porque el olor de
la muerte y la infamia te sublevaron. Desde entonces no te detuviste, espada de
la resistencia pacífica, en los años de plomo. Ahí están tus fotografías, flaca
y en blanco y negro, mientras te arrastran otra vez, presa por la tiranía.
Otros, incluso muchos
allendistas, incluso miristas, incluso súper revolucionarios, incluso líderes
del más alto rango de los partidos de la propia Unidad Popular, ese mismo día y
a esa hora en que intentaste con tus pocos kilos hundir el estandarte elevado
por los vencedores, ya telefoneaban a embajadas donde refugiarse y salvar el pellejo
cuando sólo días antes juraban lealtad espartana a Salvador Allende, al
proyecto de la UP, a los intereses de los trabajadores y los pueblos. ¿Te
acuerdas, Patricia, cuando en El Suceso -boliche único casi frente a La Moneda,
en plena Alameda, plantado entre los cadáveres de la Central Unitaria de
Trabajadores y de la sede del Partido Demócrata Cristiano actuales- hablamos largamente sobre por qué
Allende en su discurso final se despide de todos, menos de los partidos
políticos de la UP?
Si en los cordones
industriales, en las corridas de cercos de mapuche y campesinos en el campo, en
los comandos comunales de autoabastecimiento, es decir, en las expresiones más
maduras del poder popular en aquel período, el pueblo insurrecto, con o sin
partido, se volvió protagonista libertario, superación autovalente de toda
servidumbre conocida hasta ese momento en la historia chilena, transformado por
necesidad y conciencia en voluntad que destruye el fatalismo y el miedo, ¿por
qué algún feligrés de capilla ortodoxa, podría extrañarse de tu conducta,
Patricia, de un acto rebelde que se ampliaría durante la dictadura? (En una
fotografía te veo en una arteria capitalina abarrotada de policías, al lado de
Andrés Aylwin, luchador intachable por la causa de los derechos humanos y que,
siendo hermano del golpista y primer presidente de la ronda de gobiernos
civiles desde los 90’ del siglo anterior, Patricio Aylwin, dejó la Concertación
por diferencias axiológicas y políticas con sus posiciones. Una nueva prueba de
que en política la genética no corre, no explica, no cuenta. Por eso el
nepotismo, los apellidos y el ADN, en política son mitología faraónica, romana,
estrategia del poder fundada sobre sus intereses y propalada para formar
sentido común y opinión pública favorable. Mierda.)
Patricia, el verso de
Cameron nos condensa cuando dice que “En verdad salí cachorro / en la calle me
hice perro”. Mientras un puñado volaba torres, disparaba contra el enemigo, llenaba
botellas con combustible para defenderse como lo hacen los plebeyos alzados,
apilando piedras efectivas y resorteras; tus municiones fueron la protesta
pública desde los inicios del levantamiento popular en el Chile de 1983 y hasta
tu último día. En buenas cuentas, tu lucha fue una forma más, proveniente de la
resistencia histórica de los oprimidos. Otros, demasiados, se ocultaron con mil
excusas en las faldas de la dictadura, en el silencio, en el pasmo, en la
familia pequeña Tú también, Patricia, tenías hijos. E incluso otros deberes
familiares que sólo una mujer entera podrían enfrentar.
Sé que hace años “te
llamaban loca” y que, por ahí, tú acentuarías la parte de esa canción que sigue
“pero fue por amor”. Sé que conocías a medio mundo, que la Concertación y tu
partido político, derechizado como siempre, pero en los últimos 20 años, con
alevosía, te castigó por las mismas razones que cementaron la amistad nuestra.
Sé que como tantos, te entristecía nuestra incapacidad para crear una
alternativa política popular, superadora
del capitalismo. Sé que preparaste hasta el último detalle de tu funeral en el
Cementerio General de Santiago. Y reconozco tu honorabilidad política de elegir
ese lugar y no otro.
¿Cuáles son los elementos de
tu corazón que se quedan en la habitación mejor iluminada de los nuestros? Que
tanta lealtad, que tan peleadora con la vida, que el cigarrillo infinito y un
par de vasos de pisco con gaseosa, que ácida, crítica, reflexiva,
mata-come-mierdas, impulsiva, busca vidas y busca pleitos, la mejor
conversadora, el cariño sin nombre por tus hijos, díscola de verdad,
trabajadora sin horario y en cualquier empleo, encariñada hasta los huesos con
el cura más comunista conocido, Alfonso Baeza; la combinación tensa entre los
principios del Cristo de los pescadores –ese palestino encubierto- y una
socialista revolucionaria no confesa.
Por eso Patricia, cuando te
encontraron el cáncer –seguro estoy, aparecido por los dolores profundos, las
pateaduras, las detenciones, las heridas innombrables, las situaciones límites
en la dictadura y en la cotidianidad (si es que pueden separarse)- y las cosas
se volvieron azules e intercambiamos correos, tú desde Santiago y yo desde
aquí, en Buenos Aires, la arteria combatiente de tu conducta me revolvió la
arena del pecho hasta, finalmente, llevarme a retomar al Cristo que expulsó a
los mercaderes del templo y que había dejado colgado en mi adolescencia. Con
Papa y todo, aquí en Buenos Aires los cristianos no abundan. Me siento entonces
en el último escaño de la iglesia, imperceptible bajo la luz mortecina de tango
y santos de yeso, y discuto con el que resumió todo en el amarse los unos a los
otros (te aclaro, Patricia, que de todos modos, los unos y los otros, para mí
son los desheredados de cualquier parte y allí no caben los enemigos de la
clase social ínfima que gobierna la vida aún por la fuerza y la alienación).
Con espanto y un par de certezas, argumento desde tu propia experiencia, y hago
malabares presentables para congeniar la dialéctica materialista e histórica,
el socialismo, el cristianismo como ética y su posibilidad, nada nueva, de
transformarse en expresión liberadora, sobre todo entre los pueblos
dependientes y etcétera.
Recién es primavera,
Patricia. Cuando triunfemos y cambiemos la vida por voluntad histórica,
necesidad y sobrevivencia humana, me colgaré de tu risa intacta para que en
medio de los buenos y los todavía invisibles, lavemos la Tierra de la miseria, la
propiedad privada, la crueldad, el trabajo asalariado, el egoísmo.
http://www.youtube.com/watch?v=TTJIKJYrQ_o
(Credo - Misa Campesina del cantautor revolucionario nicaragüense, Carlos Mejía
Godoy)
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