A 40 años de la dictadura del
capital en Chile,
en la forma de una tiranía militar contrarrevolucionaria, resulta notable, como
nunca antes, la cantidad de testimonios de ex militantes del pueblo que
participaron en la lucha antidictatorial (sólo de soslayo quiero hacer
referencia a los indecorosos llamados a perdonarnos en patota, como si el golpe
hubiera sido producto de una travesura irresponsable tanto del pueblo, como de
la burguesía titiriteada por el Imperialismo).
¿Por qué tantos relatos
vivenciales? Al menos por dos motivos, aparentemente contrapuestos. Los
hombres y las mujeres le damos una autoridad especial a las fechas redondas. Se
trata de 40 años desde el fin anunciado de la experiencia de la Unidad Popular.
(Ya existían dictaduras
militares en Brasil (1964) y Uruguay (mediados de 1973), ni siquiera impuestas
por el Imperialismo con su argumento de gobiernos que se dedicaron a 'atacar
sus propiedades e intereses geopolíticos'. Lo que sí existía en toda América Latina eran
guerrillas que, con el fresco ejemplo de la Revolución Cubana, buscaban la
derrota del capital y la independencia del Imperialismo. Había, a vista del
Pentágono, en consecuencia, que destruir cualquier germen que en potencia
pudiera reproducir la gesta histórica de la Mayor de las Antillas. Sin embargo,
en el caso chileno,
jamás se había tenido un gobierno tan progresivo que, en la práctica y sin
cálculos preconcebidos, liberara la organización y autoconciencia de las
fuerzas sociales de los trabajadores y el pueblo. Nunca la lucha fue más
explícita en mi país de origen ni más real el poder popular –que no como
relación abstracta o como puro significante. Los cordones industriales bajo
control de los trabajadores incluso contra las direcciones de los partidos de
la UP y del propio gobierno; las corridas de cerco más allá de los límites de
la Reforma Agraria por campesinos y mapuche, y los comandos comunales para
resolver el desabastecimiento urdido por el sabotaje de los enemigos del
pueblo, fueron momentos objetivos que manifiestan la estatura que había cobrado
la lucha de clases-. Y, naturalmente, la llegada de Allende al Ejecutivo en
1970 no fue el resultado de una buena campaña presidencial. Fue fruto de la
acumulación dinámica de los combates históricos de casi un siglo del pueblo
trabajador, de sus derrotas, matanzas militares y enconada energía, voluntad y
conquistas parciales.)
Estos 40 años, premeditadamente, por un lado,
han justificado un sinnúmero de programas televisivos, el medio de masas
más barato y de más alto impacto en cualquier parte del mundo. En Chile, hoy todos
sus canales están en poder de la oligarquía, justamente porque los que todavía
mandan conocen su capacidad de formación de opinión, sentido común y
promoción del consenso social. El objetivo claro de esos programas
está subordinado a los intereses de la clase en el poder: torcer la historia
con el apoyo impúdico y bien pagado del abierto perdón o de disculpas
relativas de políticos que participaron rabiosamente de la Unidad Popular y hoy
se golpean el pecho bien editados y a todo color. De este modo, se fortalece
'la clausura histórica' de las riquísimas experiencias del poder del pueblo
que, por sí solas, y de conocerse profusamente, logran hacer añicos el
fatalismo, la resignación, la ignorancia, el olvido y el acomodo actuales.
La burguesía
transnacionalizada chilena -vanguardia y laboratorio fundacional de la
presente fase del planeta capitalista, financiarizado, belicista, explotador y
de saqueo extractivista-, ha podido invertir mucho tiempo y recursos para
elaborar un relato con el fin de intentar lavarse la cara de la sangre amorosa
de mi pueblo. Y semejante plan mediático está dirigido en particular a las nuevas
generaciones en lucha. Es decir, a los estudiantes secundarios, a los
jóvenes trabajadores empobrecidos, al Pueblo Mapuche, al antipatriarcalismo, al
ambientalismo consecuente, a la multiplicación del pensamiento crítico, entre
otras batallas en plena recomposición.
La exhibición televisada que
persigue vaciar de contenido y forma las luchas de mi pueblo, ha provocado
también un debate público y pendiente entre los propios protagonistas de la UP
y la Resistencia Popular, como no había ocurrido antes.
Lejos de los perdonazos
públicos de los oportunistas de hace mucho y que engordan las filas de la
Concertación y de sus cuentas bancarias, por otra parte, el sinceramiento y la
verdad revolucionarias son indispensables para los intereses de las
grandes mayorías. Toda vez que no se establezcan como pura negación entre sí (‘arreglos de cuentas’ que no le
interesan a nadie), sino más bien como recuperación, abrigo y proyección de
la memoria
histórica de los desheredados. La continuidad de las luchas
pasadas con las actuales y las por venir, si se presentan como lecciones y
superación de los errores, entonces se convierten en armas críticas y vigentes
para las nuevas generaciones destacadas a cambiar la vida enChile y sus
alrededores.
De lo contrario, los
testimonios, discursos culpógenos, cínicos y de conveniencia, sólo son
funcionales a la mantención del actual estado de cosas, enemigo de la
humanidad, y perjudican la moral de combate de la juventud que hoy mismo
enfrenta al capital en la calle, en la ciudad y el campo.
No sólo no hay perdón ni
olvido. El manido ‘Para que nunca más’ –usado desde la derecha hasta la izquierda
tradicional-, desde abajo, no significa históricamente un ‘nunca más enfrentamientos sociales que provoquen
la ingobernabilidad en el país (que en rigor, es la ingobernabilidad para el
capital, el peligro de la pérdida de privilegios para la minoría en el poder,
como una oportunidad política para las fuerzas populares)’.
Es y será un genuino, auténtico
y objetivo ‘nunca más’, cuando devenga su realización mediante la lucha
creativa y permanente de los pueblos, en una sociedad libre e igualitaria,
radicalmente democrática y colectivamente organizada. Nunca más, por supuesto.
Pero nunca más una sociedad de clases.
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