1. El movimiento del capital
se expresa como concentración privada del excedente socialmente
producido, las desigualdades, las relaciones de poder en todo el orden
sistémico, y el malvivir de las clases subalternas. La destrucción de
fuerzas productivas -es decir, la sobrecapacidad productiva que no se realiza
por fines gananciales y, a la vez, para provocar el exterminio, subordinación o
subsunción de aquel capital incompetente- impide, porque está en su condición,
que el capitalismo planetario termine con el hambre, los horrores y guerras
sociales en sus diversos formatos, y la alienación. Pero sienta las bases
objetivas para una nueva civilización de humanidad de iguales libremente
asociados en la cual no exista el trabajo asalariado.
2. El movimiento del capital
y su triunfo histórico -por tanto, finito- multiplica sus crisis de manera
ampliada y para reproducirse en su estadio crepuscular está obligado a
elaborar más o menos planificadamente estrategias de acumulación radicalizadas
(de la raíz del liberalismo) ante el agotamiento e insuficiencias de sus formas
tradicionales para mantener la tasa de ganancia convenida por la minoría
dominante. De este modo, genera sus propios límites y contiene dinámicamente
las condiciones para su superación necesaria.
3. La actual fase se
caracteriza por el predominio del momento del capital financiero y especulativo
como control de mandos de los demás momentos del capital; la acumulación
originaria, no ya como un episodio diacrónico del capitalismo, sino como propiedad
de su dinámica general a través del despojo sin vallas y la conversión en
mercancía de la totalidad ecosistémica; y la súper explotación del trabajo
asalariado mediante la tercerización, la aniquilación de las leyes laborales,
la liquidación de las relaciones contractuales devenidas tanto de viejas
conquistas del trabajo, como de políticas contenciosos socialmente, etc.
4. La división internacional
del trabajo sitúa a Latinoamérica como territorio dependiente de los Estados
corporativos centrales, y de Estados Unidos, en particular. Por medio de la
demanda china se ha provocado un boom de los precios de los commodities y un
reimpulso del primario extractivismo. Ello causa contingentemente la sensación
ideológica entre ciertos sectores, de que el expansionismo chino es 'mejor' e
incluso una 'alternativa' al imperialismo norteamericano. China, en tanto no
sólo compra materias primas y exporta mercancías baratas y de calidad, sino que
su propia emergencia es resultado de la expoliación de su pueblo y la
subsecuente intensificación de la lucha de clases en su interior. Asimismo,
compra deuda e instala bancos y financieras en Latinoamérica mientras sufre una
eventual burbuja inmobiliaria. China no es un fenómeno que renueva al
capitalismo. Ingresa inmediatamente a su movimiento en el momento y lugar en el
que se encuentra. Tal cual, América, con la espada y la cruz, fue incorporada
desde la conquista española a la fase más avanzada de mercantilización y
desposesión que demandaba el capitalismo en ciernes.
5. Mientras, en el Continente
de Bolívar y Martí, la producción industrial consolida su atraso e incapacidad
de abastecer soberanamente sus propios mercados internos, y menos puede
competir en el mercado mundial, salvo anécdotas inestables y acotadas, sentadas
sobre la explotación humana más salvaje. De hecho, su fuerza laboral
mayoritaria se desempeña en el sector servicios y en la micro, pequeña y
mediana empresa donde escasean los créditos, las leyes laborales y que
permanecen supeditadas a los intereses e imposiciones de las megacorporaciones.
En el campo la situación es aún más cruda, no existen reformas agrarias
consistentes (donde las hubo), el campesinado está sujeto a la industria del
extractivismo y hace tiempo que su condición es de trabajador asalariado
agrario: el peor rentado, en vías de extinción y arrojado a las ciudades para
engordar la miseria y desnutrir el precio del salario en la urbe. Las únicas
manifestaciones de resistencia no capitalistas, con un costo social, cultural y
político difícil de describir, están en los pueblos y comunidades indígenas,
castigadas por la nueva ola de usurpación territorial y condenadas a economías
de sobrevivencia, a la represión y el exterminio.
6. En términos gruesos,
políticamente Latinoamérica está dividida en dos grandes bloques: el de países
como Venezuela (más clara y ofensivamente), Ecuador y Bolivia que mediante
nacionalizaciones significativas, economías mixtas y una incuestionable
redistribución del excedente, constituyen sociedades menos desiguales y ricas
en procesos político-populares incluso independientes de los propios
gobiernos progresivos, o con su bendición, o a pesar de sus intentos de control
por arriba. Lo cierto es que estos gobiernos pro-populares, fruto de grandes
luchas sociales concretas y el descrédito del sistema de partidos políticos
tradicionales, han liberado fuerzas sociales y potenciado organización popular.
Por otro lado, se encuentra el bloque de países que nítidamente, es pura
extensión de los intereses del imperialismo norteamericano y su programa
ultraliberal para naciones capataces. Allí están México, Panamá, Colombia,
Chile, Perú y se candidatea sin temblores Uruguay.
7. Argentina es un dechado de
contradicciones. Políticamente de apariencia nacional-populista, económicamente
liberal y culturalmente progresista e inofensiva. Vive del agroextractivismo y
particularmente de la soja mientras sostiene a duras penas remanentes de
la industria alimenticia, textil y otras aún menores. Su fuerza de trabajo se
desempeña en zonas de servicios y pymes en un 70 %, y más de la mitad de ella
labora sin contratos de ningún tipo, por tanto la previsión y obras sociales
les están prohibidas. Se trata de un Estado burgués subsidiario y concesionista
del capital (término para edulcorar las privatizaciones) con el compromiso con
las corporaciones de servicios básicos de rebajas tarifarias cada vez menos
extendidas entre la población.
Decrece económicamente con
una inflación estructural que destruye salario y empleo. Instaura cargas
impositivas a los trabajadores medios como si el salario fuera ganancia y
arrebata derechos laborales (ART). No cobra impuestos a la renta financiera y
alienta la megaminería con importantes resistencias de la población afectada,
en tanto las inversiones transnacionales se comportan como capitales golondrina
y cierta cautela debido a la calificación de país relativamente riesgoso
frente al pago de sus compromisos, la inflación y el cambio de las 'reglas del
juego' según los vientos. Independientemente de que el Banco Mundial aprueba la
gestión del kirchnerismo y comprende para su tranquilidad que algunas políticas
proteccionistas sólo persiguen la recaudación de dólares para cancelación de
deuda externa, 'fondos buitres' y hacer y ser caja y aval para el capital cuando
lo precise. Por lo demás, su deuda pública se torna interna, tomada del ahorro
previsional de los trabajadores y mediante la emisión con críptico respaldo del
Banco Central.
Un país cuyo gobierno se
caracteriza por sus vacilaciones, golpes mediáticos, improvisación, agotamiento
y descomposición. Legal y formalmente cuenta con más libertades y derechos
civiles que Chile, por ejemplo, pero también rankea en las cifras de violencia
de género y femicidios, narcotráfico y red de trata.
Los medios de comunicación
-tanto los estatales en manos del gobierno de turno, como los privados en poder
de concentrados grupos económicos-, la justicia, la burocracia sindical, los
líderes de opinión y políticos tradicionales, la alta jerarquía de las
iglesias, la industria de la entretención, entre otras, funcionan como un
complejo de alienación social que colabora eficientemente en la construcción de
un sentido común patriarcal, racista, corporativista, especulativo y egoísta, y
alimenta los mitos de una 'fuerte clase media', la movilidad social, el
europeísmo. En la realidad, la pobreza en Buenos Aires y en las provincias
llega al menos, al 50 %; los niveles de deserción escolar y universitaria
alcanzan las mismas cifras que la pobreza; y las últimas y masivas oleadas
migrantes provienen de países fronterizos. Comunidades indígenas en lucha, como
los qom, son avasalladas y sus miembros asesinados por el sicariato rentado o
la policía.
Sin desmedro de lo anterior,
la actividad cultural independiente y profesional ligada a la producción
teatral, cinematográfica y después literaria, como la existencia de polos de
investigación científica y vinculados a las Ciencias Sociales, se mantienen con
rigurosidad, enorme sacrificio y vocación. Así también se aprecia el brote y
organización de un buen número de radioemisoras comunitarias, y la
ocupación de empresas y fábricas de talla mediana que operan como cooperativas
de trabajadores producto de la crisis de 2001. Sin contar con medios para
evaluar su funcionamiento, su sola existencia prueba en los hechos que
los asalariados pueden autogestionar su trabajo con criterios solidarios, sin
más patrón que estar plenamente insertos en las relaciones sociales
capitalistas. No podría ser de otro modo. Lo importante es que hace añicos con
su ejemplo la naturalizada idea de que los trabajadores son incapaces de
conducir y administrar democráticamente el excedente de su labor.
Pese a que resulta evidente
una crisis de representatividad del sistema de partidos políticos y de la
propia democracia representativa, la caída de la adhesión a la administración
del Estado nacional, y la ausencia de consultas populares o plebiscitos
respecto de ámbitos relevantes, todavía no se advierte la sólida constitución
de una alternativa política, al menos antiimperialista y con un proyecto
sustentado por fuerzas sociales suficientes. Tampoco se observa una eventual
alternancia desde los descalcificados bloques y partidos sistémicos opositores.
Es decir, si las cosas comienzan a moverse de manera ascendente desde el mundo
ancho de la demanda social, es posible el advenimiento de una crisis
institucional sin cabecera.
En Argentina las luchas
sociales son pan de cada día, pero carecen de unidad política por razones
vinculadas a la sobreideologización, el sectarismo, la desconfianza, el
economicismo cortoplacista acompañado de una retórica revolucionarista; la
disputa estéril de 'quién dirige' y la falta de renovación generacional y
política de sus direcciones, tanto sociales como partidarias. De hecho, suele
confundirse la unidad del pueblo y los trabajadores con la sola unidad de la
izquierda. Como si Marx hubiera escrito 'Izquierdistas del mundo, uníos', en
vez de 'Trabajadores del mundo, uníos'. Al respecto, el peligro consiste en que en el marco de una
agudización del empeoramiento de las condiciones de vida de las grandes
mayorías y un período nuevo y abierto de lucha de clases, las izquierdas no
vean o no coticen el protagonismo de los sujetos sociales emergentes distintos
(que no sustitutos) al del obrero industrial -que representa una minoría en
caída vertical y cuyo tonelaje objetivo es absolutamente insuficiente
cualitativa y cuantitativamente para cambiar la vida- y entonces, una
oportunidad no logre cuajar en una conducción revolucionaria amplia y unitaria,
según la realidad de la segunda década del siglo XXI, y no del industrialismo
del siglo XIX y parte del XX en los países centrales de Europa. Esto es, las
agrupaciones con convicción de poder y transformación radical aún no cuentan
con un proyecto convenido desde el movimiento real que enfrenta al capital en
su actual fase crepuscular y de acuerdo a las particularidades del país. La
mayoría continúa haciendo 'presentismo' y testimoniando las injusticias sobre
programas, propaganda, formas organizativas y categorías de análisis
provenientes del capitalismo en su hora más pujante, muy lejos en el tiempo y
en el espacio de América Latina y Argentina actuales.
La combinación de colaborar
con la formación de fuerzas sociales estratégicas por abajo y aprovechar los
intersticios de la legalidad burguesa, en ese orden, es una fórmula impuesta
por las propias relaciones de fuerzas en Argentina. Si no hay empate, hay
audacia, construcción a largo plazo, inteligencia y resistencia.
La política, al decir del
líder chileno del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), Miguel
Enríquez, caído en combate en 1974 contra la tiranía, continúa siendo el arte de acumular fuerzas.
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