Andrés
Figueroa Cornejo
1.
Desde la administración nacional de turno ya no se habla más de ‘sintonía
fina’, ‘modelo´ ni ‘relato’. Ahora se dice `proyecto’. Es decir, un término
igualmente vago, pero que acusa la pérdida de fortaleza política, refleja la
tensión movediza y frágil de su condición actual, modera sus certezas.
2.
La administración nacional de turno está flanqueada por el decaimiento
vertiginoso de su popularidad. Argentina continúa siendo un país de servicios,
agrosojero y extractivista, gobierna el capital financiero, depende de la
economía brasilera, los precios que
impone China, es tutelada por los intereses del Estado corporativo
norteamericano y por los singulares fueros de Israel. Como una totalidad donde
cada fracción del capital concentrado y transnacional (donde el nacional es
sólo la fachada de las megacorporaciones mundiales) se organiza de acuerdo a
sus fuerzas para imponer con éxito transitorio el programa ultraliberal.
3.
Las privatizaciones en forma de concesiones temporarias, la apertura sin trabas
a la megaminería del despojo antisocial, el problema de la tierra jamás
resuelto mediante un conato siquiera de reforma agraria cuando los dueños son apenas
un puñado; la política franca y
escalonada de recortes de subsidios a los servicios sociales como el gas y la
luz; y la mezcla explosiva de decrecimiento económico con inflación marcan el
declive de la ‘era K’. No importa que circunstancialmente la actual
administración del Estado se apoye en la ausencia de liderazgos y la falta de
alternativas políticas en competencia.
4.
El sistema de partidos políticos, al igual que en gran parte del mundo, está en
crisis. Que momentáneamente la alternancia más visible para las presidenciales de
2015 se encuentre en el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel
Scioli –del mismo cuño que la mandataria Cristina Fernández-, o en los intentos
erráticos del representante de la derecha tradicional, Mauricio Macri, jefe del
gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, no significa mucho cuando se trata de la
incorporación plena de Argentina al movimiento del capitalismo real y en crisis
civilizatoria. Como en casi todo el planeta, los gobiernos de turno son
expresiones de democracias acotadas y antipopulares y cuyos poderes se limitan
a la pirotecnia mediática mientras el auténtico capital mandarín saca cuentas y
exige gobernabilidad y paz social. De no obtener garantías ni ganancias, de
manera más o menos compleja, pero objetivamente concreta, se mete al bolsillo
las pujas de la democracia formal y elige al mejor administrador para la fase
actual de la reproducción capitalista.
5.
En el país de Cortázar y Borges, de cada 10 niños que ingresan a la primaria, sólo
4 egresan de la secundaria; el 60 % de la fuerza de trabajo está informalizada y
precarizada; la subcontratación, el subempleo, el empobrecimiento de la facción
profesional y sobre todo joven y femenina de los trabajadores, y la tercerización
adquieren la manera predominante de la explotación del trabajo asalariado. La
bancarrota de la salud pública es de temer; los ahorros previsionales son fuente
de endeudamiento del Estado para pagar deuda externa, sostener cada vez más
focalizadamente los programas sociales para repobres (parte del control contra
estallidos sociales) y contar con recursos para las campañas en las elecciones
que ´renuevan’ la mitad del poder legislativo el próximo año.
6.
El llamado ajuste económico no es más que la puesta al día de Argentina con las
políticas globales del capital en tiempos de crisis. No es una excepción. Junto
con la industria del despojo, un nuevo capítulo de la primarización económica, la
conversión en mercancía de todo, la mano dura contra los pueblos indígenas en
pie de resistencia, la intensificación de la explotación del trabajo asalariado,
la consolidación del momento especulativo del capital, la prosperidad del
narcotráfico y la red de trata y prostitución infantil, el desmantelamiento de
los derechos laborales y la
financiarización de la sociedad, el país ingresa al capitalismo del siglo XXI rápidamente.
7.
Lleno de contradicciones, el pueblo trabajador argentino vive al día, es presa
de luchas corporativas, no llega a fin de mes salvo con microcréditos en
supermercados y casas comerciales, promedia 12 horas de trabajo al día,
reproduce el patriarcalismo de las clases mandantes y soporta a duras penas la
inseguridad. Pero no tanto de la delincuencia devenida de la miseria, sino de
la inseguridad de mantener o conseguir un empleo digno, la inseguridad sobre el
futuro de sus hijos, la inseguridad de jamás acceder a una vivienda propia, a
una jubilación que le alcance para medicarse y sobrevivir después de haberse
reventado toda la vida en oficinas, fábricas, vendiendo en la calle, atendiendo
llamadas, atorando archivadores, conduciendo un taxi, levantando construcciones
abandonadas a medio camino, amasando pastas, podrido en pueblos del interior,
tan lejos del tiempo libre y de la libertad. Terceras generaciones de migrantes
europeos pobres puteando a primeras generaciones de migrantes fronterizos. Jóvenes
atados a un blackberry viajando en trenes de hace más de medio siglo,
observando plazas y parques enrejados, descargándose en la hinchada de
cualquier equipo de fúltbol y tocando el violín o haciendo magia en los vagones
del subte. Capturando la felicidad fugaz, el instante, esperando el futuro que
no llega nunca.
8.
Mientras, probando y probando, todavía en lo oscuro, pateando la perra,
remendando lo útil y desvistiéndose de viejas camisas, aventurando el
desconcierto y la voluntad de cambiarlo todo en pintadas descreídas, en grupos
pequeños, en resistencia y rebeldía que aguarda su hora, una lámina encendida
del pueblo argentino apura su organización emancipadora, convencida de que la
vida está en otra parte. Mi cabeza marcha junto a ese corazón que piensa y hace
y no se resigna. Porque, al decir de Neruda, “…yo
sé hacia dónde vamos, / y es ésta la palabra: / no sufras
/ porque ganaremos, / ganaremos
nosotros, / los más sencillos
/ ganaremos, / aunque tú no lo creas, /ganaremos.”
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