Pawla Kuczynskiego
Andrés Figueroa Cornejo
1. El invierno parte en dos el 2012, pero no termina de llegar. De todos
modos en la Ciudad de Buenos Aires los mendigos ya duermen agolpados en los pasillos de tiendas desahuciadas de
algunas estaciones del subterráneo metropolitano. Tanto por razones mundiales
como nativas, la recesión técnicamente es un hecho en Argentina Y la
distribución de la riqueza se torna más regresiva. Según los economistas de
Apuntes para el Cambio, hasta el tercer trimestre de 2011, el 37,6 % del
excedente total producido iba a los trabajadores y el resto a los pocos dueños.
Pese a que durante el período evaluado el PIB del país no se encontraba en
franco detrimento como ahora, la distribución se polarizó contra la mayoría que
vende su fuerza de trabajo para sobrevivir. El movimiento del capital en los
países dependientes es ese precisamente: concentración de la propiedad y la
ganancia, destrucción de fuerzas productivas, empeoramiento de las condiciones
salariales, laborales y contractuales del trabajo; apropiación incesante de los
recursos naturales, profundización del extractivismo minero y agropecuario;
hegemonía del momento financiero del proceso completo de la generación de valor.
Sin olvidar que los auténticos propietarios y gobernantes son corporaciones transnacionales,
donde las burguesías locales simplemente reciben su renta, legalizan el saqueo
y la explotación del trabajo, y administran políticamente un Estado cuyo
sentido último es blindar el orden de la minoría que se apropia del excedente
socialmente originado mediante el control social, la burocracia, las armas, la
alienación, y los recursos en efectivo cuando el capital los apremia. En
síntesis, siempre el Estado burgués garantiza el dominio burgués sobre la
totalidad social.
¿A qué intereses representa la actual administración del Estado argentino?
Interdependientemente y como conjunto dinámico y de hegemonía transnacional, al
capital financiero, a fracciones de la oligarquía terrateniente y de la
burguesía industrial. Para las clases que mandan en Argentina (‘de afuera o de
adentro’ son categorías que ya tienen bien poco qué explicar ante la
mundialización capitalista), el populismo de retórica desarrollista del equipo
CFK todavía garantiza gobernabilidad. Objetivamente, de no mantenerse los
fuertes subsidios a los servicios básicos y los derechos sociales -en un
contexto inflacionario que se ubica entre el 25 y 30 % anual y con un tercio
oficial de toda la fuerza de trabajo
informalizada o ‘en negro’- hace rato que las protestas sociales sectoriales,
descoyuntadas, pero cada vez más frecuentes, se habrían vuelto el factor
central de la inestabilidad. Entonces no primaría la lucha entre las clases que
oprimen, sino que entre las que oprimen y las oprimidas.
¿Pero cómo se sostienen los subsidios y los programas sociales cada vez
más acotados, mientras la industria del narcotráfico y la explotación sexual,
la corrupción, trata de personas y la delincuencia devenida del empobrecimiento
se naturalizan por reiteración creciente? Como el Ejecutivo no toca los
intereses nucleares de los que, en efecto, gobiernan –por ejemplo, los bancos
ni siquiera pagan impuestos por sus utilidades y son el ámbito que más
incrementa sus ganancias-, engorda la deuda pública. De acuerdo al Ministerio
de Economía, la deuda pública aumentó casi un 9 % el 2011 respecto del año
anterior. La cifra nombrada fue de casi 179 mil millones de dólares, y más de
la mitad corresponde a préstamos salidos de instituciones del propio Estado,
como los ahorros previsionales de los trabajadores acumulados en la ANSeS, el
Banco Central y el Banco Nación.
En el engranaje concreto de gran parte de la economía argentina, el país
depende comercialmente de Brasil. Pero el gigante carioca también se encuentra estancado por la ralentización
asiática y europea. El particular ‘proteccionismo’ argentino obliga al gobierno
a improvisar acuerdos bilaterales continuamente para intentar equilibrar una
balanza de pagos que ya le juega desfavorablemente. Empero, el país no vive de sus mercancías terminadas,
sino de los precios de la soja, los cereales y, en menor medida, de la piedra
mineral, dictados por las bolsas más poderosas del planeta. Y de los impuestos
a los propios trabajadores, parcialmente retornados (y golosamente esquilmados)
mediante los subsidios arriba descritos. Es decir, los salarios y los ingresos
por labores eventuales y contractualmente frágiles o cuasi formales que superan
los 1.155 dólares, son considerados por el gobierno como utilidades. Hasta los
cuentapropistas tendrán que pagar un 35 % de sus ingresos desde julio de este
año. ¿Por qué? Porque una de las políticas económicas del capitalismo argentino
se basa en el intento de distribuir los ingresos de los propios trabajadores
entre los propios trabajadores, sin tocar los intereses del gran capital. Esto es, el precio del trabajo está
determinado por las expectativas de ganancia del capital, nunca por las
necesidades del trabajador, y como si no bastara, el sueldo es mordido
impositivamente. En tanto, el pequeño
comercio al detalle se ve obligado a especular con los precios de las
mercancías que intermedian con los consumidores finales, lo que impulsa aún más
la inflación. ¿Son gente perversa los verduleros? Ante los precios sin
competencia posible del retailer y el supermercadismo, el almacenero oculta la
fecha de vencimiento de su producto y hasta su precio original, para deshacerse
de su pequeño sobre stock. La venta de ropa usada a cuotas es tan real, como la
multiplicación asombrosa de tarjetas de créditos de consumo de casas
financieras y comerciales en la billetera del argentino medio. Y contando los
subsidios y los microcréditos, un gran territorio de la población llega
malamente a fin de mes. Por eso la comida china por kilo está desplazando el consumo
de carne entre los trabajadores. Por eso sólo cuando hace frío se llena el
subterráneo metropolitano que cuesta el doble que el transporte colectivo
microbusero. Por eso la venta de diarios y libros baja y la lectura de
periódicos gratuitos, aumenta. Por eso la televisión es la recreación principal
y, en millones de casos, la única. Porque, pese a la opacidad premeditada de
las cifras oficiales de todos los índices, según estudios independientes, más
de la mitad de Argentina es población empobrecida.
¿Y los derechos sociales elementales como la educación y la salud?
Primero, no son gratuitos porque su financiamiento sale del trabajo de la
mayoría social, y por otra parte, camino a la chilenización del ámbito, la
educación primaria y secundaria ya está privatizada en un 50 %, mientras la
superior o universitaria ‘gratuita’ reproduce en su seno las desigualdades de
clase. Sólo una minoría de empobrecidos puede darse el lujo de terminar una
carrera. Trabajar y estudiar es cada vez más corriente y difícil, y
derechamente imposible en instituciones de excelencia (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=147081
y http://www.rebelion.org/noticia.php?id=139594).
En tanto, la salud resiste su condición mixta y segmentada.
2. El actual jefe de la Central General de Trabajadores, Hugo Moyano, ya
no existe. El 27 de junio, a metros de la Casa Rosada, convocó a una
concentración cuyas demandas eran justas formalmente –no al impuesto al trabajo
y asignaciones familiares para todos-, pero empleadas demagógicamente para
otros fines. Tras Moyano, paradigma de la mafia escabrosa de la burocracia
sindical (un grupo de interés lumpen aburguesada, antidemocrático, funcional al
capital y cuyos opositores son silenciados por patotas a sueldo), se encuentra
el autoproclamado candidato a la presidencia nacional para el 2015 y actual
gobernador de la Provincia de Buenos Aires, el peronista de derecha Daniel
Scioli. Y tras Daniel Scioli están los apetitos del capital financiero, los
dueños del caro suelo del gran Buenos Aires y otras extensiones provinciales, y
sobre todo la impotencia de los intereses de clase de una derecha política que
carece de liderazgos sólidos (salvo los que sólo ven los recalcitrantes
agrupados en el Partido para una República con Oportunidades (PRO) y su precandidato presidencial, propietario y
jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri). Los argumentos
y campaña para que la concentración de Moyano fueron profusamente ofrecidos por
la prensa enemiga de los trabajadores y el pueblo, El Clarín y La Nación. La
movilización principalmente compuesta por el rubro camionero y transportista
(que conduce el propio Moyano) fue acompañada en mucho menor medida por
dirigentes y asalariados de parte organizada sindicalmente de municipales, petroleros, aeronáuticos,
bancarios, judiciales.
La izquierda anticapitalista resolvió participar de manera autónoma en la
movilización, ‘ni junta ni revuelta’ con Moyano, porque las reivindicaciones
proclamadas formalmente son materia de sus programas y porque asistieron
trabajadores concretos. Lo dejaron documentado en sendas declaraciones escritas
y habladas, antes y después de la actividad. Ahora bien, más allá del
presentismo y sus frutos limitados, las debilidades unitarias de la izquierda y el proceso complejo de
vincularse con la fortaleza suficiente al campo amplio de los trabajadores
organizados –debido a razones endógenas y a la tradición peronista- le impiden
todavía llamar por sí sola a una manifestación de esta naturaleza (si es que
les cabe ese papel). Frente a la estacada de la izquierda no capitalista, caracterizada
transitoriamente por pertenecer e incidir sólo en segmentos dispersos de clase
trabajadora capaz de trascender el corsé de la pura lucha economicista y
orientarse tras el socialismo, se vio emplazada a asistir al acto. De cualquier
manera, el avance y la claridad respecto de una refundación sindical donde la
existencia y multiplicación de los cuerpos de delegados tallen un rol cardinal,
existen en la izquierda. En fin. Lo cierto es que, una vez más, la incómoda
coyuntura le impone como
desafío principal ante la apertura de un nuevo ciclo de lucha de clases que
tenderá a su agudización objetiva, a la unidad por abajo (siempre y
fundamentalmente) y por arriba. De lo contrario la oportunidad histórica de
volverse alternativa política de las grandes mayorías, se aleja inexorablemente.
Al respecto, las tácticas de construcción de fuerza propia en medio de la diáspora
de los destacamentos anticapitalistas con vocación genuina de poder, deben
combinarse por necesidad histórica con la convergencia. A los dueños de todo no
les tiembla la mano cuando sus intereses llegan a tocarse siquiera ‘con el pétalo
de una rosa’ y su consistencia de clase reclama formaciones políticas
infinitamente más poderosas que la cortoplacista ‘unidad en la acción’ de las
fuerzas populares.
Para el
caso, la movilización y entierro político de Moyano del 27 de junio, terminó
por brindar réditos políticos a la administración de CFK en la disputa en
particular. La concentración reunió a alrededor de 50 mil personas, pero en
bloques con objetivos dispares. Con una presentación en blanco y negro, añeja y
extemporánea, Hugo Moyano no dijo nada. Balbuceó que los empresarios también
eran trabajadores (!), que él no era golpista, “que no pierde nada, señora
Presidenta, con dialogar”, que continuaría en la jefatura de la CGT, y lo más
sabroso fue la crítica a los K al
señalar que “cuando muchos nos quedamos en el país después del golpe de 1976
hubo dos clases de exilio: los que se exiliaron fuera del país y los que se
exiliaron en el sur argentino a lucrar con la (circular) 1050 (del Banco
Central)”, aludiendo al estudio de abogados de los Kirchner que embargó
viviendas de los quebrados por la indexación de deudas hipotecarias en la época.
El quiebre
de la CGT es inminente –si es que Moyano, con la decencia que no tiene, no
abandona el sindicalismo y se dedica definitivamente a sus negocios-. Por otro lado, Scioli acabó
debilitado.
Moyano
pronto será historia con minúscula. El sindicalismo no nació ni morirá con él,
naturalmente. Tampoco la evocación instrumental de una Argentina pujante, líder
continental de desarrollo en los tiempos del primer Perón y de la fase de
sustitución de importaciones del capitalismo de hace más de medio siglo, surtirá
efectos hipnóticos ante el malestar ascendente de la población debido al estado
del país real. Por ello resultó un contrasentido que la Central de Trabajadores
de Argentina (CTA) crítica del gobierno se hubiera restado de la convocatoria. De
hecho, frente a la crisis de la CGT, propiciar la unidad de los trabajadores
organizados desde posiciones de fuerza más progresivas, habría resultado la
opción más oportuna. Tanto concreta, como simbólicamente, una protesta amplia de
asalariados empuñando las banderas de sus organizaciones naturales cobra mucho
más sentido para el conjunto del pueblo que llenar de estandartes de orgánicas
políticas la plaza. Aun más si esos trabajadores provienen de centrales,
confederaciones, o corrientes sindicales diversas, pero con sus objetivos claros y comunes. Las semillas
de la refundación sindical argentina reivindican concesiones tácticas. La
destrucción de la burocracia sindical anclada en la pelea exclusiva por el
salario, la falsa unidad nacional, la subordinación al capital, es una de las
claves en la carrera por la politización y creación de convicción de poder de
los trabajadores y el pueblo. Si la estrategia es la organización de la vida
por la propia sociedad, la democracia radical, la libertad y la igualdad,
entonces las rencillas contingentes sólo benefician el actual orden antipopular.
Sin atajos ni agendas abreviadas, pero siempre con estatura política y
supeditados a los intereses históricos de los mancillados.
Julio 1 de
2012
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