Por Andrés Figueroa Cornejo
El sábado 20 de noviembre de 2010 se realizó una nueva Asamblea General del Movimiento de los Pueblos y los Trabajadores (MPT), agrupación anticapitalista fundada en abril de 2009 en cuyo seno confluyen diversas organizaciones político-sociales que tienen como horizonte común la lucha resuelta “Contra la indecisión, la indiferencia, las maquetas y los remedos. Contra la dispersión destructiva y añosa de las iniciativas políticas y sociales de inspiración revolucionaria pequeñas y menos pequeñas. Contra la apatía, la alienación abrumante, las traiciones, el acomodo, el cinismo y los disfraces. Contra la desesperanza paralizante, el sectarismo, la impotencia; contra el horror y los enemigos históricos y bien armados. Sobre todo, contra los patrones, los pocos dueños de todo; el capital y el capitalismo; contra la maldición de una sociedad de clases; contra la soledad, el abandono; contra la burguesía y el imperialismo, contra el actual orden de las cosas. Por la unidad necesaria de los que luchan de manera invisible y localmente, y los que protagonizan movimientos más amplios y estables. Porque siempre los pueblos y los trabajadores viven en crisis, pero la actual se viene con especial bronca y violencia sobre los desheredados, y si no se atan los empeños existentes, la resistencia y luego la ofensiva son escenarios imposibles. Porque Chile está flagelado por la desigualdad más insultante, y hegemoniza –transitoriamente- un bloque en el poder formado por los dueños contados del país y sus representantes políticos bien distribuidos entre la Concertación y la Coalición por el Cambio. Porque la alta concentración de la propiedad y la riqueza es apabullante e indiscutible, y los trabajadores y el pueblo son pura clientela, consumidores, mercancía explotable a precio de bodega, pero nunca personas y mayoría social que define en conjunto su destino. Porque desde que comenzaron los gobiernos civiles hace 20 años, abajo las cosas han permanecido tal cual las dejó la dictadura. ¿Qué ya no hay tanta represión y la gente se puede reunir libremente? Sí, hasta que el movimiento popular no constituya una variable que inestabilice la paz social que precisa el puñado que manda para continuar abultando sus privilegios. Aunque cada 4 años los inscritos en los registros electorales –que se desploman tendencial y verticalmente en tanto pasan los años- puedan marcar una papeleta por algún representante impuesto por los que dominan y uno que otro representante de la izquierda tradicional, las cosas no varían porque simplemente no existe el movimiento real de los pueblos y los trabajadores capaz de presentar combate político y social contra la clase que ordena y terminar por transformase en necesaria alternativa política. Con voluntad de lucha y unidad. Para colaborar en la dinamización de la lucha de clases en Chile; ese viejo combate entre capital y trabajo, entre explotados y explotadores, entre los dueños de los medios de reproducción de la vida y los que sólo poseen su fuerza de trabajo para sobrevivir, con el objetivo estratégico de construir una sociedad donde la felicidad humana, la racionalidad colectiva y no la ganancia patológica; la cultura y las ciencias; el bienestar de la humanidad y la naturaleza en convivencia amigable, lejos del lucro y la depredación; la fraternidad, la igualdad y la libertad gobiernen las relaciones sociales.”
La táctica convenida democráticamente por los asistentes a la Asamblea de la asociación anticapitalista –que tuvo de militancia social y política, representantes del pueblo mapuche, el estudiantado rebelde, el mundo sindical organizado y del medioambientalismo radical- se resumió en colaborar organizadamente en el resultado político del paro y protesta general. Al respecto se aprobó, entre otros aspectos subordinados al esfuerzo central, la propuesta siguiente: “Una de las formas de gatillar el prólogo de un nuevo ciclo de lucha social, es el paro general. Esto es, la articulación premeditada de la unidad de los más amplios sectores de los trabajadores y el pueblo por demandas tanto históricas, como la renacionalización del cobre –fuente principal del crecimiento real de la economía nacional y, por tanto, base insoslayable para una eventual industrialización y auténtica soberanía bajo paradigmas asociados al cuidado de la naturaleza y al desarrollo sustentable y a largo plazo-; como de las reivindicaciones y derechos sociales elementales, hoy inexistentes. Esto quiere decir, salud, educación, vivienda y seguridad social públicas de excelencia y acceso universal; trabajo, salario adecuado, empleo estable (para frenar, tanto el endeudamiento plástico, como las enfermedades y accidentes laborales); posibilidad de créditos productivos de bajo precio y alta regulación del sistema financiero. Asimismo, y de manera distintiva, se agregan en el mismo estadio, las reclamaciones territoriales, políticas y culturales del pueblo mapuche. Naturalmente, cada sector de los trabajadores y los pueblos tiene como punto de arranque demandas propias que, voluntaria y premeditadamente deben sintetizarse en una plataforma de lucha de sentido inmediato y urgente. El paro general es, por un costado, un inicio tendiente a romper el inmovilismo general y la debilidad de las luchas parciales, y por otro, un punto de llegada táctico con indudable unidad de sentido. Se trata de la política necesaria para un período (por ejemplo, el tiempo que comprende el actual gobierno). Es decir, el paro general es producto de un proceso de construcción de condiciones y concertación de fuerzas. Y, si bien Piñera no es Pinochet, el aprendizaje político que dejó la lucha contra la dictadura militar, indica que para el llamado airoso a un paro general –que en Chile primero será mucho más el marco indispensable para una protesta general que una huelga general en términos clásicos- debe realizarse la reunión –al menos suficiente cualitativamente- de la autoridad histórica y legítima de las grandes mayorías: los trabajadores. Claramente, la militancia popular debe abocarse no sólo a la propaganda o a testimoniar las injusticias del capitalismo. Su tarea prioritaria debe ser la concentración en particular de la unidad, primero de los más organizados. La convocatoria a un paro general que provoque las condiciones ampliadas de la protesta social multisectorial y multicultural, tiene que llevarse a cabo por los asalariados de los territorios estratégicos de la economía chilena. Esto es, los trabajadores del cobre, la banca, los forestales, la pesca, el comercio, el transporte y el cuentapropismo organizado. El horizonte táctico de un paro general –de acuerdo a las formas descritas- no demanda una alineación política de alta densidad ni pactos ideológicos. De acuerdo a la propia realidad, las agrupaciones de trabajadores de las áreas estratégicas de la economía deben convenir una plataforma básica, inclusiva, amplísima, plástica y práctica, legible e incuestionable. El objetivo es que en las formas y los contenidos, los llamados a convocar al paro general den cuenta de las demandas más sensibles de las grandes mayorías. Eso resultaría más que suficiente para desatar, de menos a más, el malestar social todavía agazapado de los populares. Aquí se propone una forma determinada por el descontento de los muchos, que privilegia la lucha por abajo y en los espacios públicos hoy empapelados por la publicidad y la vigilancia. Aquí se propone los pasos primeros para devastar el fatalismo y la paz de cementerios que exige la superexplotación laboral, el despojo de los recursos naturales, el desempleo, el castigo a la disidencia, la represión contra el pueblo mapuche en lucha. Aquí se propone una forma para comenzar la demolición a largo plazo de una sociedad inhumana y estructuralmente desigual. Se trata de ofrecer, a través de luchas dispersas, pero existentes, una respuesta a cómo, lo más concertadamente posible, inaugurar un nuevo ciclo del movimiento social en Chile con sentido.”
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