sábado, 27 de octubre de 2007

La cena de los patrones y la tarea de los trabajadores.

LA CENA DE LOS PATRONES Y LA TAREA DE LOS TRABAJADORES


“Cuando la ley comienza a escribirse en las calles, y no en el Congreso, se está dando una pésima señal no sólo al inversionista o al empresario, sino a toda la ciudadanía”, sentenció con claridad señera y clasista el presidente de la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa), Bruno Philippi, uno de los gremios principales de la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC), central orgánica de los empresarios en Chile.
La frase patronal fue lanzada en el marco de la cena anual de la Sofofa, el 25 de octubre pasado, uno de los principales cónclaves políticos anuales de los dueños de todo, donde participó la Presidenta Bachelet, junto a ministros y subsecretarios concertacionistas.
La comida de centollas y paltas estuvo amueblada de discursos de buena crianza donde se sentaron las bases de un nuevo acuerdo nacional (el pacto social de los de arriba) para desincentivar la inquietud burguesa ante la paulatina movilización de sectores de trabajadores que podrían poner “en peligro” la paz social que requiere el capital para su reproducción.
Philippi –que representa la clase minoritaria en el poder y que no parece confiar en sus expresiones políticas como la UDI y Renovación Nacional, desconcentradas desde hace un tiempo en entuertos de color electoral– presentó la agenda de los patrones con la franqueza de quien tiene sus intereses claros.
Frente a los millonarios excedentes del cobre, advirtió sobre “la ligereza” de emplear esos recursos para atender las contingencias, manifestando así, la necesidad empresarial de cautelar los ahorros estatales como aval histórico de la burguesía ante posibles procesos de desaceleración de la economía en el mediano plazo. Bruno Philippi urgió políticas más frontales contra la delincuencia (cuyas causas genuinas son la miseria y la ignorancia), y minimizó contradictoriamente el incipiente movimiento de los trabajadores, señalando “que no refleja el nivel de conflictividad en nuestras empresas”. En el plano educacional, obviamente, planteó “la descentralización de las escuelas y el Estatuto Docente”; lo primero para potenciar el sector privado de la enseñanza contra la frágil educación pública (ya el sistema está dividido simétricamente), y lo segundo, para involucrar al magisterio en un régimen laboral fundado en la “productividad” y la pérdida de sus conquistas gremiales históricas.
Por su parte, la Presidenta Bachelet tuvo la “osadía” de insistir en “mejorar la negociación colectiva al interior de la empresa”. Al respecto, esta línea gubernamental es promovida en conjunto por el Ministerio del Trabajo tímidamente, y con mayor agresividad por el presidente de la Central Unitaria de Trabajadores, el concertacionista Arturo Martínez. La supremacía avasallante del capital frente al trabajo se advierte como caldo de cultivo para eventuales estallidos sociales, por una parte, y perpetuadora de la miseria por otra. Sin embargo, quien gobierna el Ejecutivo en esta dimensión es el Ministerio de Hacienda, estamento organizador y cartera blindada de las políticas neocapitalistas. No obstante, si bien ningún militante de las izquierdas y el pueblo puede estar contra la sindicalización, es preciso apuntar que los objetivos del gobierno buscan fortalecer un sindicalismo funcional, estrictamente economicista, y que limite de modo parcial –sin dañar los intereses capilares del empresariado– el sideral plusvalor que genera el capital, aspirando a políticas de corte más redistributivas sin modificaciones estructurales. El gobierno cuida a los patrones, pero con mayor visión, advierte que las escandalosas desigualdades sociales que caracterizan las descompensadas relaciones de trabajo en Chile, sólo contribuyen a nutrir el malestar e indignación social.

LA POBRE ORGANIZACIÓN DE LOS TRABAJADORES

En el país donde el neoliberalismo mundial hizo sus primeras armas a través de dictadura pinochetista a comienzos de la década de los 80, y luego del establecimiento de una democracia pactada a espaldas del pueblo, tutelada y digitada desde el Pentágono ante la radicalización de la lucha popular y sus imprevisibles resultados, sólo un 7% de la fuerza laboral tiene posibilidades de negociar colectivamente sus condiciones de trabajo. La mitad de los chilenos obtiene un salario de $150 mil pesos (300 dólares, donde el transporte público para el pueblo de a pie vale a diario más de un dólar y medio), el 70% de los trabajadores labora en condiciones transitorias y eventuales, más del 50% trabaja los domingos y feriados, la mayoría emplea 14 horas diarias en actividades asociadas a su trabajo, tiene ínfimos resguardos sociales y no cuenta con más recreación que la alienación televisiva y televisada.

LAS DEMANDAS POLÍTICAS DEL PERÍODO

El archipiélago de organizaciones sociales y políticas de inspiración revolucionaria –que de manera gradual, pero todavía muy lentamente, da pasos hacia su constelación– jamás puede oponerse a la sindicalización. El sindicato es el instrumento histórico de los trabajadores para mejorar sus condiciones de existencia frente a la voracidad del capital. Sin embargo, es preciso que los militantes de la unidad de los trabajadores y el pueblo promuevan con todas sus fuerzas la sindicalización, pero bajo coordenadas y horizontes de sentido completamente distintos a los que persigue el gobierno de la Concertación.
Un sindicato cuyo techo se ubica en un simbólico reajuste salarial y bono de fin de conflicto, fácilmente se transforma en un medio acotado, cortoplacista, asistencialista, cooptable, frágil y moldeable por los de arriba.
Ante la urgencia, en un mismo momento de distintas dimensiones, de organizar y reagrupar a los trabajadores y al pueblo, tanto en las tareas que competen a la organización de la fuerza de trabajo frente al capital, como a la construcción de un polo político de inspiración revolucionaria y socialista para Chile que nazca y se despliegue desde el corazón popular y sus luchas, resulta sustantivo considerar la materia estratégica de ambos empeños.
De esta manera, desde el comienzo –más allá de las dificultades objetivas y subjetivas, las carencias y sus expresiones– la organización sindical debe acentuar su independencia de clase, los horizontes socialistas de su caminata, la convicción de poder, y la vocación unitaria entre empeños sindicales y populares de definiciones generales hermanas.
Sin duda, al principio el derrotero será pedregoso, desconfiado y limitado cuantitativamente. No importa. La construcción de un núcleo multisindical sustentado en los elementos arriba enunciados, con capacidad de producción político sindical y práctica coherente e insobornable, con un medio o varios medios de comunicación eficientes que promuevan la síntesis de los aprendizajes históricos de la clase, el análisis común y en permanente actualización y una táctica dirigida al diseño de una plataforma de lucha unitaria, clara, amplia y convergente, corresponde a la tarea inicial que demanda el período.
Depende de los aciertos, alta sintonía popular, y consecuencia de sus dirigentes, de que el empeño en cuestión se transforme en un polo de atracción tanto para los trabajadores, como para los sectores más avanzados del pueblo. Aceradas en este ejercicio, las diversas iniciativas políticas de inspiración revolucionaria encontrarán su sitio, sentido, cuerpo y fondo de su quehacer.
La arquitectura compleja, heterogénea y mestiza del pueblo producirá su conducción política genuina en dinámicas de voluntad unitaria y aspirante a la hegemonía socialista ante el capital, más que en incidentes espontáneos, caídos del cielo, o fenómenos mecánico-progresivos provocados por las condiciones objetivas de la explotación neoliberal.
El punto de arranque parece complicado. Sin embargo, la convicción y voluntad consciente encaminada hacia la formulación del instrumento político emancipador de los trabajadores y el pueblo son la única garantía de la naturaleza consecuentemente anticapitalista de las futuras luchas de los pobres en Chile. De lo contrario, el crecimiento, por sí solo, del sindicalismo y la organización de los de abajo, pueden rápidamente ser amañados por la clase en el poder y sus instituciones políticas, o por el reformismo sindical, inconducente, domesticado y dependiente de intereses distintos a los de la clase mayoritaria.
El presidente de la SOFOFA afirmó en la cena de los patrones que “Cuando la ley comienza a escribirse en las calles, y no en el Congreso, se está dando una pésima señal no sólo al inversionista o al empresario”. Entonces eso es precisamente lo que tiene que hacer el conjunto de los trabajadores y el pueblo: empezar a escribir sus leyes propias, dictadas con la cabeza y el corazón en la lucha larga por la liberación, la justicia y la democracia popular.

Andrés Figueroa Cornejo
Primavera de 2007

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