viernes, 17 de julio de 2009

CHILE: LA HISTORIA DE LA HUELGA DE LOS MINEROS DE TAMBILLOS Y OTRAS TRAGEDIAS




Piedra en la piedra. Y en medio de la piedra milenaria, cobre, metal embrutecido que el hombre hace arder con su trabajo inagotable. A 27 kilómetros de la Plaza de Armas de Coquimbo, en la IV región de Chile, en medio de la cordillera andina, opaca y entreverada, hay un poblado minero de 1.200 personas que se llama Tambillos. En la mina de cobre, soporte económico y de relaciones sociales del lugar que se hunde en el monte oscurecido por las explosiones y la explotación humana, laboraban más de 100 personas. Hoy los mineros llevan dos meses de huelga.

La mina, explotada desde hace 41 años, es una de las propiedades del millonario y empresario derechista Francisco Javier Errázuriz, apodado “Fra–Fra” por su tartamudeo atropellado y maldiciente. Fra–Fra estudió en el Liceo Alemán, en la Escuela Militar y se recibió de Agrónomo, luego de lo cual, amparado por la desregulación antisocial impuesta a sangre y fuego durante la dictadura de Pinochet, hizo abundante fortuna con la creación de las Administradoras de Fondos Pensiones Unión por el Progreso de Chile para la legislatura 1994" href="http://es.wikipedia.org/wiki/1994" target="_blank" cargo que perdió por 1 año cuando fue desaforado por los Tribunales de Justicia para ser investigado por los delitos de secuestro y agresión contra un abogado de una empresa eléctrica por un litigio de aguas.



Pero las utilidades bíblicas de Fra-Fra no eran suficientes. Los mineros percibían una parte del salario por el giro legal de la mina, y otra por el giro a honorarios de una agencia de publicidad desconocida. Ello, en los hechos, redundaba fatalmente a la hora de solicitar créditos, ahorrar para la vejez y distraer recursos para el sistema de salud público o privado. Sin embargo, la pesadilla de los trabajadores de Tambillos no sólo tenía materiales de salario miseria. Tampoco contaban con los implementos de seguridad laboral mínimos. Cuando se enterraban mina adentro empleaban trompas cuyos filtros estaban inutilizados, en medio de cavernas escasamente ventiladas donde se respiraba el veneno gaseoso de la cordillera mineral. Los guantes y los bototos debían comprárselos ellos mismos, mordiendo parte del sueldo encogido. Entonces, la paciencia y el miedo destruyeron sus límites y estalló la huelga.



El 27 de abril, agotados los plazos legales, los mineros recibieron una negativa absoluta a sus reivindicaciones y la imposición de volver variable, contra metas imposibles, un 35 % de su sueldo. Allí mismo se votó la huelga que se hizo efectiva el 1 de mayo a las 8 de la mañana. Fra-Fra no les pagó lo correspondiente a lo trabajado en abril. Los huelguistas comenzaron a acumular deudas, cortes de luz, morosidad en la escolaridad de sus hijos. A las pocas semanas, un grupo de trabajadores hizo la primera huelga de hambre en la historia de la IV región chilena. Para ello, los estudiantes de la Universidad de La Serena facilitaron sus dependencias. Como nada ocurría, los mineros solicitaron la colaboración del obispo Manuel Donoso, del gobierno regional y del ministerio del trabajo, pero Errázuriz, miembro de la corte en el poder, hizo oídos sordos y blindó sus bolsillos.


El caso es que la mina de Tambillos, y de ello se enteraron el pueblo y los trabajadores en el transcurso de la huelga, estaba condenada de antemano a su clausura. La planta de tratamiento de cobre ya había cumplido hace tiempo su vida útil en lo que a relave se refiere. La procesadora se estaba agrietando por todos sus costados y en cualquier momento se podía y se puede provocar una fuga endemoniada capaz de contaminar las napas subterráneas que abastecen de agua al territorio. Agua para beber, para cocinar, para vivir. En Tambillos la gente extrae agua de posos porque no existe alcantarillado. Poco después de la clausura de la planta –producto de la sospechosamente tardía inspección del Servicio Nacional Geográfico de Minería y las instituciones de salud laboral y pública- el dueño de la mina esta vez no tartamudeó y sin aviso dinamitó las entradas a la propia mina, dejando en su interior materiales explosivos y de emanaciones tóxicas. Una verdadera bomba de tiempo en la barriga del monte.






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