Andrés Figueroa Cornejo
1. Si el contenido del
Estado es síntesis de la hegemonía de la minoría capitalista, entonces sus
políticas económicas, estratégicamente, expresan sus intereses. Incluso si el
Estado siempre es representación –como en menor escala, cualquier territorio de
relaciones de poder de una sociedad en un momento dado- de un campo en
permanente disputa mientras existan clases sociales de intereses
irreconciliables. Es decir, existe Estado porque existen clases sociales de
intereses antagónicos. Que un buen día no haya Estado es síntoma simplemente de
que no hay clases sociales. La maldición de que las grandes mayorías tengan que
hacerse del Estado para implementar provisoriamente las tareas de planificación
racional, orden y defensa, y promoción cultural, política y económica de sus
intereses, es el trago amargo y tránsito hacia una sociedad gobernada directa y
creativamente por la propia sociedad. Así y todo, ese Estado que todavía no
existe, dada la acumulación histórica de los trabajadores y el pueblo, ya debe
contener las formas de la democracia más radical y su control colectivo necesario
para evitar, a como dé lugar, la
formación de una casta privilegiada que haga y diga a nombre de los intereses
de las clases subalternas devenidas en hegemonía. No vale la pena recordar los males de las experiencias
no capitalistas del siglo XX; como en su momento, sí tiene sentido recordar sus
aciertos respecto del capitalismo.
En general, bajo el
capitalismo en su fase imperialista y para mantener su tasa de ganancia sobre
el movimiento objetivo de la acumulación concentrada del valor socialmente
producido versus la desigualdad realmente existente; del capitalismo gobernado
por el momento financiero y especulativo sobre el resto de los momentos del
capital; de la intensificación de la explotación del trabajo asalariado y la acumulación
originaria incesante mediante el despojo de los recursos naturales y derechos
sociales obtenidos en su fase anterior por la propia lucha de clases y
relaciones de fuerza mundiales; el Estado funciona como arma, escudo y aval de
las clases propietarias. Si las grandes mayorías tuvieran la organización y
fuerzas suficientes, no sólo podrían arrancar superiores beneficios sociales
del excedente de su propio trabajo acumulado por el Estado de los que mandan
aún, sino que por dinámica objetiva –de la cual es parte sustantiva la voluntad
y naturaleza de su propia conducción política, o conciencia resumida- tendrían
que destruir el actual Estado, y construir otro en vistas a su extinción
definitiva.
2. En Argentina y más allá,
para los de arriba, la fiebre bipolar, maniquea, de caricatura de alto
contraste, tiene como forma coyuntural la compra del 51 % de YPF por el Estado
argentino. Por un lado, está el discurso multiplicado de un capitalismo
acuartelado en sus fundamentos más primitivos y representado por el diario La
Nación y su área de producción mediática de contenidos, que pone de modo delirante
una medida política-económica casi a la altura de lo que significó la
Revolución Cubana para los intereses de las clases dominantes. Soterradamente
invoca a los cuarteles, dibuja a la versión peronista y pequeño burguesa del
gobierno de turno como si fuera el Caballo de Troya de sus terrores y aleona a
la oligarquía contra la iniciativa de la administración CFK. Es decir, sin
contexto, sobreideologizadamente, sobreactuando, la conciencia más integrista
de la clase mandante en Argentina –siempre dependiente, rentista y subordinada
al gran capital sin patria-, excéntricamente, procura cautelar el programa
abstracto, sin táctica y maximalista de los peores manuales del
ultraliberalismo garabateados luego de la implosión de la URSS.
Por otra parte, el gobierno
argentino, desde sus propios dispositivos mediáticos, transforma la compra y
conversión en propiedad mixta de los recursos petroleros del país, en un acto soberanista
también súper explotado en términos propagandísticos, cargado de emotividad “nacional”
y argentinidad abstracta, sin sujeto. No importan tanto las causas, los
procedimientos y los efectos que tendrá la medida de media recompra de lo que
se privatizó en los 90’, sino más bien, su dramatización para un público
infantilizado políticamente.
3. Independientemente de las
maneras –aunque son inseparables de los contenidos salvo en su momento analítico-,
desde los intereses históricos del pueblo trabajador, resulta un contrasentido
situarse contra la medida del Ejecutivo, refrendada a veces clientelar y oportunistamente
por el Legislativo entero ante los eventuales réditos electorales provenientes
de la popularidad de la iniciativa. En términos inmediatos, ella era necesaria
frente a la rapacidad de Repsol y la crisis energética del país que situaban
sus intereses privados contra un capítulo delicado de la gobernabilidad y el
mistificado “pacto social” por arriba. Asimismo, la readquisición del 51 % del
petróleo a nivel nacional y provincial, avivan nuevamente el mito de la
desconexión y la autarquía económica de Argentina en la época de la
mundialización del capitalismo. La medida de alto impacto mediático, esperanza
a un costado de la llamada izquierda nacionalista y de paso, opaca problemas
cruciales como el trabajo informalizado y precario de la mayoría de la fuerza
laboral, la profundización del modelo soyero y primario extractivo, la
transnacionalización pura y dura de la economía argentina, la crisis
educacional y sanitaria, la corrupción y
la relación social desigual del 80 / 20, donde el 80 % de los argentinos sobrevive
al día, y el 20 % goza del trabajo ajeno, entre otras tragedias propias del
capitalismo.
Resulta infantil que el
anticapitalismo esté contra la medida. Como resulta infantil que algunos crean
que existe una agenda secreta de horizonte socialista en la cabeza del grupo de
interés que administra coyunturalmente el Estado. La ‘argentinización’ del petróleo
es el límite del programa de gobierno, no su punto de partida hacia una
sociedad post capitalista. Las transformaciones estructurales en beneficio de
las clases expoliadas son un desafío de las propias clases expoliadas. No caen
verticalmente desde la ocurrencia, buena voluntad, filantropía o conspiración
propopular de una administración gubernativa sin pueblo. Las fronteras de la
democracia representativa, formal, caudillista, palaciega, resultan acotadas
por muy populistas que sean o parezcan ser.
Ocurre que como la hegemonía
precaria de los dueños de todo no ha tenido contratiempo alguno desde hace
mucho tiempo, hasta una iniciativa que en rigor, no modifica el movimiento
capitalista, resulta ‘peligrosa’. Y más por su ejemplo en otras latitudes que
por lo que pierde en lo inmediato. Sin contar siquiera con los efectos de la
crisis económica en curso y que en la actualidad hinca uno de sus centros en
Europa y en España en particular. Efectivamente, existe una lógica de alarma y
reacción del estatismo corporativo o del corporativismo y sus propios Estados
ante cualquier ademán que pudiera eventualmente dañar sus intereses
estructurales. La burguesía no teme el gesto de la reapropiación del 51 % de
YPF. Teme un nuevo ciclo de luchas sociales y recomposición política de los
trabajadores y empobrecidos del mundo. Teme a la revolución social, no a un
impuesto a la lucha de clases. Teme que de la disputa y competencia destructiva
intercapitalista se pase abiertamente a un período de combate político entre
explotados y explotadores.
Por ello las fuerzas
anticapitalistas, su amplitud obligatoriamente generosa, unitaria, abarcadora, con
proyecto para el siglo XXI, vocación de mayorías y no lo contrario, deben
saludar sobriamente la ‘argentinización’ del petróleo. Que nadie estime que las
ruedas de la historia caminan por inercia hacia la felicidad humana y que un
gobierno práctica y declarativamente capitalista realizará las tareas que le
corresponden por necesidad y sin atajos a la voluntad de los populares. Tácticamente
es conveniente para los pueblos la medida de CFK.
En cuanto el movimiento real
de las clases subalternas en pugna y organización ante el capital cobre vigor,
la iniciativa parcial, absolutamente insuficiente de la presente administración
política argentina, será un precedente para cambiar radicalmente la vida.
4. En otro contexto, bajo
otras relaciones de fuerza, en el Chile de los años 60’ y la ‘Alianza para el
Progreso’ impulsada por el imperialismo norteamericano a través del demócratacristiano
Eduardo Frei Montalva, se sindicalizó al campesinado, se realizó una reforma
agraria, hubo una reforma educacional que amplió la cobertura de la enseñanza pública
y se ‘chilenizó’ el cobre. Es decir, Frei Montalva –años después colaborador
del golpe de Estado de 1973 y paladín de los intereses imperialistas en Chile-,
compró el 51 % del cobre o ‘sueldo de Chile’. Ello facilitó con creces la
nacionalización plena (casi el 100 %) del metal rojo cuando el gobierno de
Salvador Allende y la Unidad Popular. Es cierto, lo descrito arriba no es
transferible mecánicamente a lo que ocurre en el mundo y en la Argentina de 2012.
Pero sí enseña al menos, que una medida que tenía como fin domesticar la lucha
social mediante un proyecto desarrollista imposible bajo la dependencia de los
polos imperialistas y la ausencia de una ‘burguesía nacional revolucionaria’, sí
puede facilitar -desde una alternativa política proveniente del pueblo concreto
y en movimiento, y bajo una conducción política que exprese sus intereses
genuinos- transformaciones que apunten a la descalcificación del orden de la
minoría, y la creación de poder de la hegemonía multidimensional de los más, de
los todos.
21 de abril de 2012
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