Andrés Figueroa Cornejo
Uno.
Pasada la primera noche del
carnaval, y buscando infructuosamente una cuerda RE para la guitarra, en la
calle Talcahuano, a un centenar de metros del Obelisco en Buenos Aires, dos
adolescentes almuerzan los desperdicios de la fiesta que fueron a dar a un basurero
derramado.
Y en Gascón, pisando avenida
Corrientes, permanece abierta y vacía una tienda que vende ropa usada a cuotas.
Sin cuerda no hay sintonía.
Y la vieja camisa escolar a crédito ni siquiera fue fina en su juventud.
Dos.
“Sintonía fina” –expresión oficialista
multiplicada hasta más allá de la comprensión y la paciencia- , en los hechos
significa ajuste económico bajo receta imperialista. Esto es, jibarización de
los salarios ya pulverizados por una inflación de números misteriosos; recaudación desesperada
de dólares ante el déficit fiscal; contracción de los programas sociales;
extinción de los subsidios al capital que empina los precios de todo; aceleramiento
de la reprimarización económica. La cuenta es cancelada por la mayoría de
siempre-todavía. Ni forma nacional, ni contenido popular.
Ahora bien, en rigor, “Sintonía
Fina” es una creación de la macroeconomía keynesiana puesta en circulación en
Estados Unidos en la década del 60 del siglo XX (P.A. Samuelson, Garnerd
Ackley, James Tobin) como una manera de administrar la relación entre ocupación
(empleo) y variación de los precios (inflación). Estados Unidos y Europa en su
conflicto con la Unión Soviética y el campo denominado socialista, formulaban
el mantenimiento de un alto índice de crecimiento del PBI, bajas tasas de
desocupación e inflación. Pero pasó que como el capitalismo tiene un patrón de
conducta cíclica (crisis recurrentes) y aun cuando por esa época el ciclo
estaba controlado, se daban trieños o cuatrieños en los que, a altas tasas de crecimiento
y de incrementos salariales, advenían impactos inflacionarios en alza también.
Ello se conoce como "recalentamiento económico”. Y concluía en etapas
posteriores de "enfriamiento" porque las tasas de ganancia se
contraían y las tasas de interés se elevaban, con lo que surgía el efecto
contrario al esperado: bajaba el crecimiento, subía el desempleo, y bajaba
la inflación a veces a tasas más elevadas que las de las otras variables. Así
pues, se diseñó una política llamada de "sintonía fina" que consistía
en establecer metas de ocupación y metas de inflación simultáneas, pero en
sentido opuesto. Si se quería mantener bajas tasas de desocupación había
que soportar altas tasas de inflación. Por ejemplo, 4 % de desocupación con
8-10 % de inflación. Y si se buscaba "reprimir la inflación" a 3-5 %,
había que estar dispuesto a ver tasas de desocupación del 8-10 %. En Estados Unidos pudo manejarse más o menos en esos términos,
pero en Europa la alquimia "se desbordó": cuando las tasas de
desocupación eran bajas, la inflación superaba los dos dígitos (Italia y
Francia tuvieron inflaciones en los 70’ de un 13-16% anual y aún más). Se agregó
que el PBI no crecía suficientemente (2-3 %) y hubo años de no crecimiento.
Entonces empezaron a llamar a esa situación la "economía del diablo".
Esto es, recesión con inflación y baja
desocupación (había seguros de desocupación y estabilizadores sociales
automáticos). Allí fue que arribó la ortodoxia, la Escuela de Chicago, el
imperio del liberalismo financiero, el ahora.
¿Qué tiene que ver la “sintonía
fina” original de los Estados corporativos imperialistas de hace medio siglo
con Argentina actual? ¿Cómo se homologan las relaciones de fuerza de entonces, la
historia colonialista, las formas de apropiación del capital originario que
nunca terminan, los procesos de acumulación capitalista centrales del planeta
respecto de una sociedad periférica y dependiente, desindustrializada, con
empobrecidos a granel, primario extractiva y con indicadores en rojo, por
mencionar sólo algunos datos de la realidad?
Tres.
Según las estadísticas de La
Rosada (materia de sorna mundial), el 76 % de los trabajadores asalariados se
desempeña en condiciones de dependencia, y un 35 % de la fuerza laboral se
encuentra informalizada, ‘en negro’, sin beneficios ni obras sociales, sin
vacaciones ni descanso, sin ahorros previsionales, sin salario mínimo. Presa de
la explotación a discreción del empresariado, no hay ‘derecho’ ni a endeudarse
con plástico ni hipotecariamente. A las cifras oficiales se añaden los
trabajadores ‘en gris’, que en un empleo están contratados y en otro no. Estudios
universitarios independientes ubican el trabajo ‘en negro’ en la mitad de la
fuerza laboral existente en Argentina. Entonces, esa es una de las condiciones
nucleares para mantener, garantizar e incrementar la tasa de ganancia del
capital a través de la vieja vía de la intensificación de la libre explotación
de millones. Los expoliados, cómo no, son mujeres, jóvenes, trabajadores menos
calificados, migrantes. Invisibles y peligrosos.
En tanto, ya cursan las
negociaciones colectivas o paritarias de los docentes y de los funcionarios públicos.
Los primeros exigen un reajuste de alrededor de un 30 % y los segundos, de un
35 %, y reivindican la eliminación del ‘impuesto a la ganancia’ de los que
viven de una remuneración (¡impuestos primermundistas en un país del tercero!).
Si bien resulta probable que la demanda remuneracional esté bajo la inflación
real, los dueños y el gobierno de turno presionan aun por menos. De lo
contrario, uno de los pilares del ajuste se desmoronaría. Todo depende de la
organización y disposición de lucha por sus intereses de los trabajadores. Como
siempre-todavía.
Cuatro.
Cuando desde arriba se apela
al histrionismo nacionalista más destemplado con el fin de sostener la
subjetividad precaria de la ‘unidad patriótica’ (patria, pater, padre, patrón),
la transnacional Glencore, especialista en la explotación y venta de materias
primas, fundirá sus capitales con la suiza Xstrata. Glencore es dueña en
Argentina de Oleaginosa Moreno, y Xstrata de la Minera Alumbrera de Catamarca.
Por otra, las amenazas de la
renacionalización de Yacimientos Petroleros Fiscales (YPF), propiedad mayoritaria
de la hispana Repsol desde 1999, se extraviaron en algún capítulo inconveniente
del ‘relato’ gubernamental. El psicodrama económico acabó con compromisos de
mayores inversiones de Repsol ante la mermada producción energética que impuso
la compra de 9 mil millones de dólares de combustible en el exterior el 2011. Y
con una concepción de lo ‘público’ por parte de las autoridades que ya no tiene
que ver con la propiedad de los recursos, sino con la ‘vocación pública’ de sus
propietarios privados. Como si este fuera el mejor de los mundos posibles, no
existieran intereses ni excedentes apropiados privadamente. Como si el
capitalismo fuera la síntesis del amor al prójimo.
En los reflejos previsibles
de la nobleza partidocrática, de no tener la fuerza para reformar la Constitución
y no poder repostularse por tercera vez la actual mandataria; los precandidatos
presidenciales al ruedo para el 2015, serían el vicepresidente de la nación Amado
Boudou (golpeado recientemente por un escándalo ‘en construcción’); el jefe del
gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri; y el hombre de consenso
con el peronismo más rancio y Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Daniel
Scioli.
Lo anterior, por arriba, que
desde la calle, desde los intereses de los trabajadores y el pueblo,
asalariados, estudiantes, desocupados, mujeres en lucha, ambientalistas
consecuentes, originarios, migrantes, comienzan a alterar el panorama real,
unen sus luchas ante el mismo enemigo de la humanidad y, en lo inmediato, se
movilizarán el 23 de febrero por el derecho a la vida y contra las consecuencias
probadamente nefastas en las personas que provoca el patrón de acumulación
primario extractivista, y especialmente megaminero a tajo abierto. Todo ambientalismo
consecuente es anticapitalista.
Febrero 20 de 2012
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