Andrés
Figueroa Cornejo
Uno.
El
obrero Pablo Díaz que trabajaba en el predio de la minera Vale do Río Doce en
el puerto de Bahía Blanca (al sur de la provincia de Buenos Aires), en medio de
una tormenta bíblica, fue arañado fatalmente por un rayo. Se desconocen
casos de empresarios al respecto.
Dos.
Es
verdad. El actual gobierno argentino no tiene por qué hacer el socialismo y ni
siquiera tiene que pavimentar el camino hacia una fase post capitalista. Por
una parte -la menos importante-, no está en su programa ni en su práctica concreta
y discursiva; y por otra -la más importante-, una nueva etapa histórica
caracterizada por la hegemonía de los intereses de los trabajadores y el pueblo
es labor de las grandes mayorías. Y el socialismo no es un modo de producción
totalmente otro que el capitalismo. Eso será el comunismo. La socialización de
las fuerzas productivas y la caminata dura por terminar con la apropiación
privada del excedente socialmente producido, es un combate. Un período
inacotado y determinado por las relaciones de fuerzas internacionales,
regionales y nacionales. Algo parecido al socialismo anticapitalista (¡ahora es
preciso adjetivarlo para no confundir el menú todavía más!) es un trecho
significado por la exposición multidimensional y desembozada de la lucha de
clases, donde el pueblo trabajador lleva una ventaja parcial sobre la
minoría gran propietaria que económica, política, diplomática, mediática y
militarmente ofrecerá resistencia mortal ante la perspectiva cierta de la
pérdida de sus privilegios naturalizados por siglos de dominación. Esa ventaja
parcial de las fuerzas sociales que producen la riqueza; que siembran cereales
y fabrican tecnología atómica; que construyen viviendas, educan, pintan, laboran
en servicios, historian y novelan desde la emancipación del género humano, se
expresa siempre por abajo como movimiento contradictorio ante la vieja
sociedad, y luego se juega estratégicamente en el desmantelamiento del Estado
tal como se conoce hoy. La participación en la democracia burguesa o dictadura
del capital, e incluso hacerse del gobierno, es sólo parte de una forma para
facilitar la organización popular, su cabeza y sus pies, y liberar la edificación
del poder de los desheredados. Lo cierto es que sin armadura teórica y
material, los trabajadores y el pueblo carecen hasta de la oportunidad de ser
derrotados.
Es
una perogrullada que frente a la mundialización del capitalismo y sus matices,
el socialismo anticapitalista debe avanzar -desigualmente y de acuerdo a los
complejos regionales- de manera mundial. Cualquier proyecto de poder con el
horizonte puesto en el fin de las clases
sociales y del mismo poder de unos sobre otros, debe considerar cardinalmente
ese carácter ampliado de la liberación humana. De lo contrario, contiene en su
seno las pistas de su próximo fracaso.
Por
eso, y otras innumerables razones, al Ejecutivo argentino es preciso observarlo
con las armas de la crítica mientras se propugna en el movimiento real de los
trabajadores su organización altamente politizada, con la mira en el poder como
un medio históricamente limitado para acabar con él y las relaciones sociales y
de reproducción de la existencia que lo justifican. A aquellos sectores que se
decepcionaron rápidamente –algunos sin siquiera dar batalla- y a otros que sí
enfrentaron la represión y que hoy colaboran disciplinadamente con el
capitalismo a la argentina, ni siquiera hay que denunciarlos de posibilistas.
Menos de reformistas o socialdemócratas. Esas categorías no dan cuenta de la
naturaleza del gobierno y sus funcionarios. En Argentina no existe reformismo
ni socialdemocracia. Sólo existe el capitalismo puro y duro del siglo XXI
propio de un país empobrecido y dependiente: concentración del excedente,
desigualdad galopante, intensificación de la explotación del trabajo asalariado,
primarización económica, destrucción de recursos naturales sin repuesto,
dominio del momento financiero de la reproducción capitalista, programas
sociales con tope y dispositivos de alienación para regimentar precavidamente
un eventual ciclo de luchas sociales. Sí, en Chile parece peor. Pero Chile es
vanguardia del ultraliberalismo. Habría que ver si los propios eslabones
mexicanos y colombianos están a su altura. Y también es preciso testear qué
estilo es el que está cruzando la cordillera andina en estos momentos. ¿Chile
se argentiniza o Argentina se chileniza? Los ajustes estructurales, los
programas sociales focalizados, la transnacionalización de la economía (con
disfraces jurídicos o al desnudo), las privatizaciones, el daño irreversible de
los ahorros previsionales, las leyes antiterroristas, el patrón primario
exportador, la intervención estatal para rescatar a los dueños de todo cuando
están en aprietos, la represión contra los pueblos originarios y la
desobediencia civil, la tercerización laboral (si la mitad de la fuerza de
trabajo argentina está ‘en negro’, informalizada, entonces el subcontratismo no
necesita cobrar las dimensiones chilenas), son materia aprobada con fondo de
carnicería desde la segunda mitad de los 70’ del siglo anterior en Chile.
El
anticapitalismo en Argentina tiene el deber objetivo de hundirse en el
movimiento real de los trabajadores y el pueblo; aprovechar sus impulsos
espontáneos gatillados por el empeoramiento general de la vida para adquirir
tonelaje político, para conducir-participando; alimentarse y alimentar una
nueva generación de insubordinados que actualice el proyecto de una sociedad
distinta a la capitalista. Es decir, tonificarse con celeridad unitaria,
amplia, radicalmente democrática, muy lejos de las capillas, los aparatos, los
manuales trasnochados y la autoexclusión respecto del propio pulso popular.
Salir por fin de la fotografía en blanco y negro, y convertirse en largometraje
en 3D. Y ello jamás significa hipotecar principios, objetivos estratégicos ni
memoria. Sólo que los principios, los objetivos estratégicos y la memoria son
condición insuficiente para transformarse en alternativa política desde, con y
para las grandes mayorías. En fin, montados sobre el análisis concreto de la
realidad concreta y no sobre recetarios y sectas, llegar a ser pueblo en lucha,
construcción genuina de fuerza social de mayorías, con proyecto y orgánicamente
democrática, independiente e insobornable.
Tres.
En
la coyuntura, Argentina sufre una crisis inflacionaria y de déficit público (8 mil 600 millones de dólares el
2011) que en vez de remontarse con industrialización, nacionalizaciones e impuestos
sustantivos al capital, pretende solucionarse mediante recorte de subsidios,
salarios bajo el costo de la vida y reprimarización privatizada de la economía.
Asimismo,
la administración de turno, fuera de toda propaganda, canceló el 2011, sólo en
intereses, 9 mil 500 millones de dólares de la deuda pública que alcanza los 175
mil millones de dólares. Y pese al mayor gasto social, según las propias cifras
desacreditadas del gobierno, la pobreza en el país raya el 25 %. El crecimiento
está numerado en alrededor de un 4 % para el 2012. Ni los programas sociales ni
la expansión económica dan como resultado una distribución del ingreso y de la
riqueza socialmente producida menos inequitativa. Incluso con un 42 % de la
población total percibiendo un salario, casi al borde técnicamente del pleno
empleo. ¿Por qué? Porque aunque exista cesantía de un solo dígito, el
movimiento del capital tiende a la concentración del excedente producido
colectivamente y satisface sus tasas de ganancia a través de la súper explotación
del trabajo (la mitad de la fuerza de trabajo está ‘en negro’, remunerada muy
por debajo de los promedios de los trabajadores sindicalizados y en condiciones
infrahumanas, sin seguridad social ni derechos de ninguna especie), el despojo
de recursos naturales (megaminería y abuso del suelo que demanda la industria
agropecuaria) con daños económicos y culturales tanto a los pueblos originarios, como a las
comunidades en general donde invasivamente se hincan sus intereses; y la tutela
de las bolsas comerciales y financieras donde se especula y dictamina el precio
de las mercancías.
Las
novedades de enero son la obligatoriedad de hacerse de la tarjeta digital para
emplear el transporte de personas en Buenos Aires, y los resultados de la
primera negociación colectiva o paritaria del año entre trabajadores y
empresarios. Junto con el incremento de un 127 % del precio del boleto en el
subterráneo o metro capitalino, ahora la gente de a pie tiene que abrirle un crédito
al transporte, pagando por adelantado los viajes que todavía no ha realizado. Igual
que en Chile. ¿Qué se hace con el dinero cancelado con antelación al uso real
del transporte colectivo mediante la tarjeta? ¿Duerme dentro de la tarjeta o se
emplea en asuntos que desconoce la población? ¿Qué ocurrirá con la gente que
anda con los ‘pesos justos’ para el viaje diario? ¿Ganan los usuarios con esta
medida?
Por
otro costado, 15 mil trabajadores de la industria aceitera de la Ciudad de
Buenos Aires, San Luis, Bahía Blanca, Rosario, fundados en una investigación
efectuada por la Universidad Nacional de Rosario sobre el precio de la canasta
básica de una familia tipo (mil 460 dólares), lograron un reajuste salarial del
24 %. Es la primera negociación de 2012 y, en consecuencia, tendrá un impacto significativo
en la seguidilla de paritarias que se resolverá durante el primer cuarto del
año. Para llegar a ese porcentaje, los trabajadores debieron tomar medidas de
fuerza con el fin de “sensibilizar” al empresariado del sector. Ahora bien, se trata de una negociación donde
se concordó un 24 % de aumento
remuneracional. Y el gobierno, a través del Ministerio del Trabajo, obligó el
acuerdo. Por tanto, la inflación real supera ese porcentaje.
Enero 25 de 2012
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