sábado, 22 de febrero de 2014

Venezuela: Las fuerzas de la historia

Andrés Figueroa Cornejo 

1. Carece de sentido representar una nueva relación de hechos sobre los acontecimientos en curso en Venezuela desde el 12 de febrero de 2014. Su caracterización consensuada incluso desde las administraciones capitalistas de América Latina cuya política exterior se comporta relativamente independiente, al menos en términos diplomáticos y declarativos, se ha inclinado por llamar a respetar la democracia representativa y al Presidente Nicolás Maduro legítimamente optado en las urnas. Naturalmente, de esa solidaridad elemental se han excluido los gobiernos alineados en el tratado de libre comercio y de nítidos objetivos geopolíticos en beneficio del Estado corporativo norteamericano, la Alianza del Pacífico, compuesto por ahora por México, Colombia, Perú y Chile. En el último país, la hace poco electa por un 25% de personas habilitadas para sufragar, la Presidenta Michelle Bachelet, pronta a asumir en menos de un mes, siguiendo la política pro imperialista del ex Presidente Ricardo Lagos Escobar quien fue el primer mandatario en reconocer a los golpistas fracasados de 2002 contra Hugo Chávez, ha guardado un silencio obsecuente en apoyo a las acciones emprendidas contra el pueblo y el Ejecutivo venezolano. Porque esta hora es de aquellas donde se revela la genuina escala de grises de los intereses y proyectos políticos más o menos articulados de las clases sociales y se caen las fachadas. En los paraderos de la locomoción pública, en cualquier proclama que se refiera al asunto, en las Naciones Unidas.

2. Sobre las comparaciones recurrentes entre los procesos políticos de Chile de la Unidad Popular y la actual Venezuela es preciso tomar algunas notas. En las décadas de los 60 y 70 del siglo XX en gran parte del mundo se vivió una ofensiva extraordinaria del movimiento popular contra el capitalismo maduro, sólo comparable con los años inmediatamente posteriores a la Revolución Soviética. Es posible aventurar que los 60 y 70 fueron años de gloria y tragedia donde los oprimidos alcanzaron protagonismo y talla histórica. De alguna manera, desde las victorias y derrotas de entonces, desde la contrahegemonía en todas sus formas respecto de la minoría en el poder, se produjeron los más ricos, complejos y creativos procesos de construcción política, cultural y social de los humillados de la Tierra hasta ahora. Es como si los explotados y plebeyos hubieran alcanzado el despliegue histórico de sus intereses sólo posible de cercenar mediante la violencia derechamente militarizada de los imperialismos de manera directa o a través de sus representaciones nacionales y regionales.

Entonces fue como haber palpado el futuro. Desde una dañada, pero eficiente contrarrevolución burguesa, hasta no hace tanto, cuando recién comienza una paulatina recomposición de las fuerzas sociales del trabajo y los oprimidos, todavía ese futuro ya vivido funciona como horizonte de sentido. De allí la misión desmoralizante de las acusaciones de ‘nostalgia izquierdista’ de la producción propagandística multiformal y espectacularizada por la intelectualidad a pago, ex revolucionaria y por encargo de la misma minoría en el poder. Minoría que aprende rápidamente y cuya memoria indeleble opera como terror de clase cuando se actualiza alguna esquina del período donde sus privilegios fueron jaqueados seriamente por mayorías sociales autoconscientes.

Pero para los pueblos del mundo ese futuro ya vivido –y no personal ni generacionalmente- es cumbre colorida, texto existencial orientador relativamente mitificado; así como la realidad inmediata es carencia de sentido y pura opresión.

Se trata de que los tiempos de la lucha de clases no son lineales ni historicistas ni cronológicos. Son tiempos siempre políticos, históricos, sociales y concretos.

Por ejemplo, puede perecer una generación o dos, la vida biológica de un individuo, pero las condiciones y relaciones de fuerzas que produjeron a uno y miles de  Ernesto Guevara perduran como realización pendiente. Y no por capricho, el mal llamado voluntarismo o alguna trampa de la psiquiatría social. Sino porque hoy las relaciones de poder y de clase subsisten de modo más feroz en términos relativos y absolutos que entonces.

Por contexto y particularidades en el proceso mismo de acumulación de fuerzas, el programa aplicado por el gobierno de la Unidad Popular fue más progresivo que el de la Venezuela bolivariana. Ello no es bueno ni malo, es objetivo. Sin embargo, existen distancias y similitudes que serían bravas de detallar en un borrador urgente. Tal vez las diferencias más visibles sean que la UP de Chile fue de abajo hacia arriba, con una poderoso papel de los partidos políticos reformistas de inspiración socialista y la densidad continua históricamente de la lucha de los trabajadores y el pueblo; y que la experiencia bolivariana se basa sobre la señera conducta y liderazgo de Hugo Chávez, el ‘Caracazo’, el desprestigio del sistema político convencional y la reestructuración notable de la ideología de las Fuerzas Armadas de Venezuela. Asimismo, tanto la resignificación popular del concepto de patria, las fuertes definiciones antiimperialistas, como el ejercicio de la sedición enemiga sean los lugares más comunes de ambos gobiernos. En fin.

Si bien las formas del imperialismo -luego de la oleada de golpes militares que asolaron a América Latina con el fin de imponer en inmejorables condiciones el programa ultraliberal del capitalismo concentrado y financiarizado ante la tendencia a la baja de sus ganancias por el propio desarrollo tecnológico y el encarecimiento del precio del trabajo-, modificaron drásticamente las relaciones de fuerza mundiales y regionales y, por tanto, se han vuelto más sofisticadas las tácticas de la dictadura del capital y en la actualidad se habla de ‘golpes blandos institucionales’ (y precautorios) en el continente. Sin embargo, nada asegura que los golpes militares tradicionales hayan sido arrojados al baúl de los recuerdos.  Quienes así lo creen sólo están expresando un deseo.

En consecuencia, con el objeto de generar una crisis de gobernabilidad la arremetida inestabilizadora y anunciada de grupos de estudiantes universitarios digitados por la burguesía y el imperialismo usamericano en su plaza fuerte, Táchira (y después, Mérida), colindante con Colombia no accidentalmente sino por lo contrario, es la expresión palpable del álgido momento de la lucha de clases en el país de Bolívar.

Las decisiones antiinjerencistas del gobierno de no renovar los permisos de trabajo a los empleados de la industria mediática rival de los pueblos, CNN, y de enviar a un cuerpo militar y policial a Táchira para frenar el motín golpista, corresponden a medidas orientadas acertadamente para demostrar la voluntad y las fuerzas del pueblo organizado.

Sin embargo, esas iniciativas no detendrán al imperialismo.

3. La lucha antiimperialista es inmediatamente una lucha anticapitalista en los países dependientes del mundo y de América Latina. Al no existir ‘burguesías nacionales y patrióticas’, tampoco existe una eventual resolución del conflicto vía pactos sociales que no redunden en ofrecer más tiempo a la clase gran propietaria  para continuar conspirando.


En claro y sencillo: el combate contra la ofensiva imperialista dinámicamente se transforma en la oportunidad popular para expropiar a la burguesía y a los intereses norteamericanos e iniciar abiertamente el camino hacia una sociedad socialista y revolucionaria. Es mejor más temprano que tarde. Y aunque todo parto, inevitablemente comporta dolores, es la única práctica que da vida y multiplica su ejemplo.

lunes, 17 de febrero de 2014

Argentina: La crisis revelada

“…si por desgracia hubiéramos aflojado estaríamos bajo tierra.”
Juan José Castelli

Andrés Figueroa Cornejo 
 
Supervisado paternal y obligatoriamente por metodologías del Fondo Monetario Internacional (productor de deuda con hegemonía norteamericana para ganar y orientar economías dependientes), el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) reveló que la inflación de enero de 2014 llegó a 3,7% en los precios minoristas y a 4,9% en los mayoristas. Desde que el INDEC fue intervenido por el gobierno nacional el 2007 que no se ofrecía una cifra tan verosímil respecto de la inflación o Índice del Precios al Consumidor (IPC).

De esta manera, casi de soslayo, el Ejecutivo transparenta la crisis argentina, perdiendo su estado de pura ‘sensación térmica’ y creación mediática. En el corto plazo, la Casa Rosada y el empresariado usarán los nuevos números del IPC como una señal fosforescente dedicada a la fracción de los trabajadores que puede negociar colectivamente su salario (atrasado por lo menos en un 30 % anual, según el economista Julio Gambina) y así modere su exigencia a la hora de las paritarias que comienzan en marzo con los docentes.

Ese es el mensaje que le toca a la fuerza de trabajo organizada tradicionalmente. Si bien el resultado de las negociaciones opera como cifra referencial para la mayoría de los asalariados que están inhabilitados para pactar nada, ¿en qué condiciones quedarán los trabajadores en negro, los que no pueden sindicalizarse por imposición factual o contractual, los que se desempeñan en pymes y trabajos basura, los niños y mujeres expoliadas en el campo y el comercio, los jubilados, los migrantes fronterizos, la mayoría que sobrevive de la venta  de su trabajo y la deuda, los que sólo sienten algo parecido a la vida fuera de su horario laboral?

Sin embargo, el permiso forzoso de vigilancia del FMI ofrecido por el gobierno de turno tiene como sentido político-económico superior y estructural disminuir el riesgo-país para aminorar los costos de la inversión y cumplir con los requisitos para solicitar nuevos créditos a esa propia entidad y otras. Es decir, para intentar reconquistar a los capitales que se reproducen en otros lechos, lejos de la economía local, y calcificar el famélico ahorro estatal para poder hacer frente a las deudas varias.

Demolida la escenografía de cartón nacional-desarrollista, también se aclara el lugar de Argentina en la crisis mundial que atraviesa el capitalismo desde el 2007. La combinatoria de estanflación, déficit de reservas fiscales y de balanza comercial, cancelación de deuda externa ilegal y especulación en toda la cadena de valorización del capital (producción (no importando su procedencia)-distribución-consumo) obliga a una administración política liberal a observar confesionalmente el manual de los ajustes estructurales que gobiernan el capitalismo del siglo XXI para economías periféricas.

Si no hay nacionalizaciones estratégicas –comercio exterior, banca, servicios básicos; gran industria sojera, petrolera, minera, frutícola y cerealera; textil, siderúrgica, del plástico, del montaje automovilístico, del transporte- ni hay reforma agraria en vistas de la soberanía alimentaria, entonces hay devaluación del peso en relación a la divisa dominante, disminución real del salario, más explotación laboral, más subcontratismo, más informalidad y subempleo, más concentración del capital; rebaja de requisitos jurídico-laborales y ambientales para los inversionistas; más primarización agrosojera, desfinanciamiento de la salud, la educación, las pensiones, y menos recursos para programas de contención social y formadores de clientela electoral. Más miseria, más ferias libres para vender lo que sea.

Y como los salarios tampoco alcanzan para llegar a fin de mes, en consecuencia, hay deuda. Pero ni siquiera deuda bancaria para el consumo porque las exigencias para morigerar el riesgo que corre la banca convencional son imposibles de reunir. Se trata de deuda tomada en financieras donde el Esquema Ponzi (http://es.wikipedia.org/wiki/Esquema_Ponzi) hace nata y el pago en cuotas del retailer (tiendas y supermercados) no está ni siquiera centralizado informáticamente, lo que promueve aún más el crédito descontrolado. ¿En cuántos salarios estará endeudado un trabajador promedio en Argentina? ¿Habrá comenzado la crisis de morosidad?
 
Pero las nacionalizaciones por sí mismas no son garantía de un pasar más llevadero para las grandes mayorías si no es la propia sociedad organizada quien se hace parte protagónica y sujeto de administración racional del excedente proveniente de las nacionalizaciones. De esa manera, recién podría hablarse de propiedad social. No olvidando, claro está, que el Estado argentino es burgués y que, por tanto, sólo el devenir sin fecha de la lucha de clases determinará las condiciones, tiempos y modos de la realización de las medidas arriba amontonadas.

Ahora bien, el Estado argentino no sólo es burgués, sino que su forma de administración actual, al igual que en la inmensa mayoría del continente, corresponde a una democracia representativa eminentemente antipopular, sin pueblo, sin participación significativa de la sociedad. La gente tiene derecho a opinar y a reunirse en tanto sus opiniones y reuniones no devengan en armadura orgánica conciente de sus intereses, en acción y, en consecuencia, en posibilidad de superación política anticapitalista de lo que existe inestablemente, pero bien o mal mantiene el orden de las cosas. El orden del movimiento interno de la explotación del trabajo humano, del saqueo extractivista, de la mansedumbre y distracción social necesaria para ganar tiempo por arriba, del consenso y naturalización de la desigualdad general  a cambio de la libertad de la juventud empobrecida para elegir un equipo de fútbol y verter su indignación en los estadios.

El gobierno argentino no confía en la sociedad. Tiene cara de madre, pero es un padre opresivo que busca la infantilización política de la mayoría y sólo aprecia y premia la obsecuencia. En Argentina no existen plebiscitos ni consultas populares sobre ámbitos revelantes de la vida. Ni siquiera para conocer las preocupaciones y propuestas de la gente. A nivel municipal, a veces, hay cabildos consultivos, pero jamás vinculantes. Son la dramatización repetida del muro de los lamentos, el lugar de la queja, el grito ineficaz, el anhelo y la exposición estudiada antes de archivarse nuevamente.

Sin trabajadores y pueblos enfrentando de manera unitaria y solidaria –no corporativa y dispersamente- la ofensiva liberal, con independencia de los partidos políticos funcionales al capital, del empresariado y del Estado, se encogen las posibilidades de que el movimiento popular concreto pase de la resistencia a la propuesta e iniciativa política y económica.


La crisis está en curso y es ahora mismo cuando se mide la estatura política y ética de los circuitos más conscientes del pueblo.  

viernes, 7 de febrero de 2014

En Argentina el pesimismo es lo último que se pierde


Andrés Figueroa Cornejo 

1. En la última cadena nacional de radio y televisión de la Presidenta Cristina Fernández emitida el 4 de febrero, buena parte del kirchnerismo de base esperaba anuncios  pro-populares. Sin embargo, concretamente la mandataria se limitó a comunicar el  reajuste semestral legal a las pensiones de un 11,3 % para una porción de los jubilados. El mínimo mensual que percibirá la mayoría de los trabajadores pasivos desde marzo de 2014 quedó en U$D344. De acuerdo a los funcionarios del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) y a centrales sindicales, una canasta básica de alimentos se encuentra en alrededor de U$D1000. En este sentido, el aumento nominal de pensiones ya fue pulverizado por la inflación incluso antes de su proclamación.  
Sectores del peronismo progresivo, de abajo, que confunden de buena fe a Evita con Ernesto Guevara, aguardaban medidas conforme a los frecuentes relatos nacional-populares y antiimperialistas provenientes de la Casa Rosada. La fotografía de Cristina Fernández con Fidel Castro en Cuba en el marco de la CELAC, también fue profusamente distribuida por medios oficialistas y redes sociales. En ningún lugar se informó que en la ocasión Fidel se reunió con varios presidentes  y que ello es una costumbre histórica del líder de la Revolución Cubana. No una excepción.

En su alocución, la jefa del Ejecutivo realizó un emplazamiento a la denominada burguesía nacional para que invierta  en el país y no coloque sus capitales fuera de Argentina. El problema nuclear del discurso es que no existe una suerte de burguesía nacional, patriótica, obligada a ‘devolver la mano’ después de extraer sus ganancias de la explotación de trabajadores y recursos en Argentina. Ni los capitales ni los pueblos tienen patria –un fetiche recursivo sobreviviente del modernismo romántico-. Tienen intereses antagónicos. La denominada melancólicamente burguesía nacional (cuya propia existencia resulta discutible y, de subsistir como rémora histórica, carece de hegemonía en todas la economías dependientes en la época del capitalismo mundializado y uniformador como nunca antes en el devenir de este modo de producción) buscará siempre, debido a la ley interna de su movimiento, la mayor utilidad. Aunque ello comporte, como está ocurriendo, destrucción de fuerzas productivas, en particular de trabajo y salario, y multiplicación del subcontratismo, empleo informal sin seguridad social ni previsión y hasta trabajo semi-esclavo femenino, migrante e infantil en talleres que fabrican piezas textiles y en la explanada sojera y frutícola.
El empresariado ‘nativo’ opta por colocar sus utilidades en la bolsa, el casino financiero, bancos transnacionales, el negocio inmobiliario, mientras espera mejores condiciones para sus metas privadas. ¿Qué observar del gran capital de Chevrón, Monsanto, Barrick Gold, Shell, el retailer y su alianza sanguínea, concentrada y de sentido con la banca del Citi, Francés y HSBC? Bajo el capitalismo en forma y en crisis argentino, la presión gubernamental sobre el capital resulta moral, emotiva, televisiva y tiene la eficiencia de un garabato contra un caza de armas láser de última generación.  

2. ¿Cuál es la combinación interdependiente que explica en gran medida la crisis en Argentina? El paquete sincrónico del pago de la deuda externa infinita (la actual administración intenta renegociarla con el Club de París mientras Alemania amenaza con acudir al Fondo Monetario Internacional), la reciente devaluación o paulatino sinceramiento monetario, la estanflación y la especulación en todos los pisos del edificio social. La corrupción merece una enciclopedia aparte.

3. La condición vacilante del gobierno nacional hasta hace no tanto,  finalmente ya ‘eligió’ por fuerza y ausencia de voluntad soberanista el recetario ultraliberal, apenas morigerado por programas sociales y subsidios a las empresas privatizadas de los servicios básicos con compromiso de tarifas bajas para gran parte de la población. Programas sociales cada vez más focalizados y subsidios en plan de pronto desfinanciamiento estatal. La deuda externa, la importación de energía y hasta de productos alimenticios de primera necesidad  drenan los ahorros públicos.

4. Un costado del peronismo histórico ligado a los intereses populares, esperaba pegado a la radio iniciativas ofensivas. Se hablaba de la necesidad de la nacionalización de una fracción de la banca, del comercio exterior y de sectores estratégicos de la economía. Serían medidas que no tienen que ver con el socialismo revolucionario ni del siglo XXI ni del XX. Por el contrario, podrían funcionar como contención política a la oportunidad de estrategias del poder popular e ingobernabilidad frente al capitalismo en crisis. No obstante, ese giro fue clausurado por la componenda en el Ejecutivo.
En una iniciativa de timbre nacionalista más efectista que efectiva, la militancia oficialista convocó a la ciudadanía mediante las redes sociales y pegatinas, a una suerte de boicot contra la especulación de las grandes cadenas de hipermercados de capitales no argentinos (a primera vista). El objetivo es que el viernes 7 de febrero (mientras se redacta este borrador)  los consumidores opten por otras empresas o ventas al menudeo de modo que los grandes hipermercados ‘recapaciten’ respecto de los sobreprecios.
Sin embargo, la especulación en el momento del intercambio a boca de consumidor final se reproduce en todo el comercio. No se trata de un fenómeno privativo de los hipermercados. Los supermercados orientales, las cadenas de maxi-kioscos y hasta el boliche del barrio son presa de la especulación y los sobreprecios. Es la totalidad del comercio minorista el que especula, produce más inflación, remarca los precios u oculta las pocas mercancías de precios fijos y más baratos.
Lo que se ha propuesto al respecto en otros artículos (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=178058) tiene que ver con que la propia comunidad, democrática y colectivamente, sea facultada para destacar delegaciones de vecin@s que supervisen los precios. En fin.

5. El gobierno nacional ha intentando publicitar que todo disenso organizado, no importando su origen, es un atentado a la democracia. Como si la contradicción esencial del período fuera dictadura versus democracia representativa.
Si bien efectivamente existen sectores del capital, grupos de interés y propietarios de importantes medios de comunicación que atacan rabiosa y corporativamente al Ejecutivo de turno por ultraderecha (muchas veces miembros del propio peronismo), mintiendo sin temblores, desinformando y omitiendo, la crisis en Argentina es genuina. Y ninguno de los precandidatos a las elecciones presidenciales de 2015, Scioli, Massa, Macri o Binner, harían otra cosa que aplicar un ajuste antipopular en la actual coyuntura. A estas alturas, las variantes del ultraliberalismo, si es posible, podrían acelerar el recetario imperialista contra los trabajadores y el pueblo.

En tanto, las fuerzas sociales mantienen sus luchas dispersas, puramente economicistas y sectoriales, y la izquierda –mayoritariamente tradicional y parlamentarista-, no terminan de desbaratar la disociación ficticia entre la militancia, su agenda y sus direcciones, y el movimiento social concreto. Mientras continúen conduciéndose en mundos paralelos, unos sobreidelogizados, obreristas, disputando fotografías y diputaciones, y otros recelando de su necesaria politización, se aleja la creación de un polo de inspiración y vocación pos capitalista.